Con la dimisión de Truss, que pasará a la historia como la primera ministra que duró menos tiempo en el cargo, y el reciente nombramiento de Rishi Sunak, la residencia del primer ministro en Downing Street vuelve a cambiar de inquilino. Desde que en 2016 David Cameron rechazara ser el capitán de un navío a punto de adentrarse en las tempestades del Brexit, el número 10 ha tenido cinco ocupantes. Es decir, 5 primeros ministros en 6 años.

La inestabilidad gubernamental se ha asentado en Reino Unido. The Economist dice que se parece a Italia, campeona absoluta en Europa en sucesión atropellada de jefes de Gobierno. La estabilidad es una condición previa necesaria para el crecimiento y el funcionamiento de un país. Es aún más fundamental para hacer frente a los acuciantes problemas del Reino Unido. La baja productividad, la crisis energética y la resultante inflación descontrolada, que recordemos que es el impuesto a los pobres, plantean un futuro complicado. Ya se ha hecho palpable este año, con un incremento notable en el número de personas sin hogar. Por eso, los británicos no se pueden permitir que su gobernabilidad dependa de decisiones irreflexivas, de polémicas surrealistas o de las divisiones internas de un partido cada día más impredecible.

Más allá de las razones específicas de los cambios de administraciones, las dinámicas del partido conservador, y de la sociedad en general, han tenido un papel relevante en esta crisis institucional. En un entorno cortoplacista y sensacionalista, alentado por las redes sociales, se ha impuesto una cultura obsesionada por la personalidad. Se vota al candidato, no a las propuestas. Se buscan desesperadamente superhombres que sean capaces de absolutamente todo. Salvadores que, con su carisma y excepcionalidad, escondan el verdadero problema: una falta grave de identidad, de valores y de sentido.

En cambio, el líder, atendiendo a su etimología inglesa, es aquel que con su ejemplo guía al resto. Es el que impulsa a los demás y también se apoya en ellos. Es el “primero entre iguales”, como solía ser la figura del primer ministro.

Se necesitan líderes, no salvadores. Salvador sólo hay uno y caminó al otro lado del Mediterráneo hace más de dos mil años. Quizás esa Verdad sea la clave para rellenar ese vacío de convicciones e ideales.

Hasta que el Reino Unido no afronte su realidad, encuentre a un líder en el primer ministro y fije un rumbo, los más afectados serán, como siempre, los más vulnerables de la sociedad.

Por todo ello, durante estos próximos años quizás los británicos harían bien en entonar “God Save our King…and our PM”, literalmente.

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