Nos quieren confundir. Y hasta pudiera parecer que lo están consiguiendo. Nuestros políticos juegan despiste, a la ofensa, al escándalo. Levantan la voz en las bancadas del Congreso para llegar a faltarse al respeto, a faltarnos al respeto, defendiendo cortinas de humo y apuntalando sus parcelas de poder. Y nos tienen tan acostumbrados al esperpento que casi nos creemos que eso es hacer política: mirar por ti y por los tuyos, despreciar al otro y sus ideas, crear enemigos.

Escucho varias veces al día que, si hoy hubiera elecciones, no sabríamos a quién votar. Y entiendo la frustración, la desconfianza y la desorientación que conlleva la ausencia de referentes y de un liderazgo sano con el que sentirse identificado.

Escucho también a diario discursos polarizados en la calle, repeticiones de arengas extremistas que, entre vecinos, son tanto un riesgo como un sinsentido.

Pero se puede hacer política de otra manera. Se puede mostrar empatía sin que eso suponga debilidad. Se puede negociar con asertividad y sin agresividad. Se puede trabajar con compasión a la vez que con tenacidad. Dice Jancinda Ardenr que se puede ser fuerte y amable.

Y sirva la recién reelegida primera ministra de Nueva Zelanda como ejemplo de liderazgo diferente, lejano a los modelos combativos a los que estamos habituados y basado en la colaboración y en el bien común. Pues así se han gestionado en esta isla, en los últimos dos años, un atentado terrorista sin precedentes en el país, una erupción volcánica mortal y la pandemia de COVID-19: poniendo a las personas en el centro de las políticas.

La imagen de empatía y honestidad le ha valido a Ardern una victoria que supone la primera mayoría absoluta desde que el país modificara su ley electoral hace 24 años. Y si bien –y por supuesto– esto no es suficiente y su gobierno ha de tener fallas y críticas, sirva su modelo para recordarnos que la popularidad y el liderazgo aún pueden basarse en virtudes, que aún hay referentes compasivos y que, quizás, aún hay también esperanza y compromiso en el oficio político. No nos conformemos con menos.

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