Esta semana, el Vaticano ha publicado un documento sobre la dignidad humana, que recoge, fundamenta y afianza el recorrido y el pensamiento elaborado en los últimos años sobre este tema. Un trabajo exquisito que además de definir qué es y en qué se fundamenta la dignidad humana, identifica y explica las amenazas que viven las personas hoy por hoy a lo largo y ancho del mundo, como son la pobreza, la guerra, la trata de personas, el trabajo de los inmigrantes, los abusos sexuales, el aborto, la maternidad subrogada, la eutanasia y el suicidio asistido, la teoría de género, el descarte de las personas con discapacidad, el cambio de sexo y la violencia digital.
Y en el fondo, pone de relieve uno de los grandes retos de la humanidad para este siglo XXI: la centralidad de la dignidad humana, el valor de cada vida humana. No podemos ser ingenuos y olvidar que, en nuestro mundo hay avances, pero también hay relaciones de poder, de dinero, de lenguajes, de violencia y de ideas que esclavizan a las personas y que se aprovechan de ellas, y consciente o inconscientemente atentan contra la dignidad de la persona. Y desde la perspectiva cristiana, no sólo supone atentar contra un valor sagrado como es la vida, porque con cada ser humano que sufre en su dignidad, también sufre Dios y también sufre la humanidad entera.
Aunque para muchos siga siendo más de lo mismo, aquí pervive la visión profética de la Iglesia, la que denuncia el pecado y a la vez alumbra la esperanza, pues la fe sigue iluminando y fundamentando una propuesta clara y sólida para el ser humano, capaz de seguir dando una respuesta sostenible en el tiempo sea cual sea la amenaza. Quizás esta puede ser la gran noticia, en un mundo de ambigüedad, complejidad máxima, intereses y confusión: la Iglesia nos sigue proponiendo un modelo de persona que nos humaniza, respeta e incluye a todos como personas –como hijos e hijas de Dios–, algo que veinte siglos después sigue siendo una gran noticia.
¿Y por qué es importante? Muy sencillo, porque nuestro modo de comprender y fundamentar la vida determina nuestro modo de vivir, y hasta nuestro modo de tratar a la familia, a los compañeros y hasta al camarero que te atiende cada mañana en la cafetería de la universidad. Eso sí, siempre ayuda leerlo antes de opinar.