Estos días la actualidad eclesial echa humo porque el papa Francisco ha afirmado en una entrevista que le parecía bien el derecho a la unión civil de los homosexuales. Más allá del revuelo de unos y del escándalo de otros, algunos hemos pensado que menuda obviedad, que esto es una realidad en muchos países desde hace ya tiempo y que siguiendo la línea de Francisco esto ya estaba bastante claro.
Probablemente este es nuestro primer problema: pensar que la Iglesia Católica –y por tanto universal– se reduce a Europa y a sus urgencias, cuando la realidad muestra todo lo contrario. Lo que se vive en este contexto no puede transplantarse al resto del mundo a la ligera. Y resulta curioso que lo que para muchos de nosotros es una obviedad que llega con retraso, en bastantes otros países supone una novedad, una reivindicación y una auténtica oportunidad de cambio, como todo lo que dice nuestra Iglesia. Esto es importante recordárnoslo a menudo, porque podemos quedarnos siempre con el vaso medio vacío.
No conviene olvidar que hay una llamada insistente a la acogida y una invitación a no hacer de la orientación sexual un problema. Sin embargo, viendo la situación de bastantes cristianos homosexuales –donde hay buenas dosis de rechazo e incomprensión–, me da la impresión de que algo queda por hacer, pues la propuesta cristiana debe ofrecer a cristianos y no cristianos un proyecto de salvación que incluya todas las dimensiones de su vida, incluida su forma de amar.
En este caso, no podemos negar que se trata de una de las grandes cuestiones del hombre en el siglo XXI, que atañe a muchos cristianos, que el mundo avanza a distintas velocidades y que en la Iglesia también se reflejan las tensiones de lo que se vive en el mundo, con sus riquezas y con sus miserias. La Iglesia ha sido y es vanguardia en numerosos aspectos, respondiendo de manera ejemplar a bastantes de las preguntas del ser humano. Sabiendo la complejidad del tema, ¿podemos pedirle un paso más? ¿Es necesario viendo el sufrimiento de muchos hermanos que se sienten excluidos?
Personalmente, hay puntos del movimiento LGTBI que no comparto en absoluto, como le ocurrirá al papa Francisco, a parte de la ciudadanía e incluso a algunas personas implicadas que sienten que se les reduce a ideología, enfermedad, modas, sexo o proselitismo. No obstante, es indudable que todo lo que ayude a crear fidelidad, compañía, respeto y proyectos sólidos y perdurables debe ser apoyado por todos. Es verdad que es un tema espinoso y polémico –tanto dentro como fuera–, la pregunta es: ¿hacemos todo lo posible?