«Esto es el final, para mí el comienzo de la vida». Estas fueron las últimas palabras de D. Bonhoeffer antes de ser asesinado por los nazis en Flossenbürg (Alemania) la mañana del lunes, 9 de abril de 1945. Había nacido en 1906 y, después de licenciarse en Teología en 1927 se hizo pastor de la Iglesia luterana en la que formó parte muy activa de la ‘Iglesia confesante’ caracterizada por su firme oposición al nazismo. La acusación, nunca probada, que le llevó primero a la cárcel de Berlín-Tegel y después a la muerte, fue su supuesta implicación en la conspiración que intentó dar muerte a Hitler. Durante sus dos años de reclusión, Bonhoeffer escribió una serie de cartas y apuntes que fueron publicados después de su muerte con el título Resistencia y sumisión. Cartas y apuntes desde el cautiverio cuya influencia en la teología de la segunda mitad del siglo XX (teología de la secularización) fue muy grande.

Dios en un mundo adulto: «Veo de nuevo con toda claridad que no debemos utilizar a Dios como tapagujeros de nuestro conocimiento imperfecto. Porque entonces, si los límites del conocimiento van retrocediendo cada vez más, Dios irá retrocediendo con ellos… Dios ha de ser reconocido en medio de nuestra vida y no sólo en el límite de nuestras posibilidades. Dios quiere ser reconocido en la vida y no sólo en la muerte; en la salud y la fuerza y no sólo en el sufrimiento; en la acción y no sólo en el pecado. La razón de ello se halla en la revelación de Dios en Jesucristo. Él es el centro de nuestra vida y no ha ‘venido’ en modo alguno para resolvernos cuestiones aun sin solución». (29 de mayo de 1944). «Yo no quiero hablar de Dios en los límites sino en el centro; no en los momentos de debilidad, sino en la fuerza; esto es, no a la hora de la muerte y del pecado, sino en plena vida y en los mejores momentos del hombre. Estando en los límites, me parece mejor guardar silencio y dejar sin solución lo insoluble». (30 de abril de 1944)

¿Cómo hemos de vivir, entonces? «Nosotros no podemos ser honestos sin reconocer que hemos de vivir en el mundo etsi Deus non daretur. Y esto es precisamente lo que reconocemos… ante Dios; es el mismo Dios quien no obliga a dicho reconocimiento… Ante Dios y con Dios, vivimos sin Dios” (16 de  julio de 1944). (nota: ‘sin Dios’ significa aquí sin ese dios tapagujeros del que habló antes, no sin el Dios del Crucificado).

Amor a la vida y amor a Dios. «Todo gran amor entraña el peligro de hacernos perder de vista lo que yo llamaría la polifonía de la vida. Quiero decir lo siguiente: Dios y su eternidad quieren ser amados de todo corazón, pero no de modo que el amor terrenal quede mermado o debilitado: el amor a Dios debe ser en cierto sentido el cantus firmus hacia el cual las demás voces de la vida se elevan como contrapuntos». (20 de mayo de 1944)

Vivir en comunidad. La comunidad cristiana puede vivir fundamentada en motivos psicológicos que derivan siempre en procesos de autobúsqueda, o en motivaciones de otro orden. Bonhoeffer lo expresa lucidamente así: «Fundada únicamente en Jesucristo, la comunidad no es una realidad de orden psíquico, sino de orden espiritual […] En la comunidad espiritual no existe, en ningún caso, una relación ‘directa’ entre los que la integran, mientras que en la comunidad psíquica se suele dar una nostalgia profunda y totalmente instintiva de una comunión directa y auténticamente carnal. Instintivamente el alma humana suele buscar otra alma con quien confundirse, ya sea en el plano amoroso o bien, lo que lleva a lo mismo, en el sometimiento del prójimo a la propia voluntad de poder.

Lo propio del amor psíquico es buscarse a sí mismo. En cambio el amor espiritual, cuya raíz es Jesucristo, le sirve sólo a Él y sabe que no hay otro acceso directo al prójimo. Cristo está siempre entre el prójimo y yo… Mi prójimo quiere ser amado tal como es, independientemente de mí, es decir, como aquel por quien Cristo se hizo hombre, murió y resucitó».

Descubre la serie Creyentes

Te puede interesar