«Después de la condena. La vida es ahora muy singular. Uno no tarda en acostumbrarse a ella y tiene que hacer esfuerzos para traer a la memoria de vez en cuando el recuerdo de la sentencia de muerte. Lo específico de esta muerte es que las ganas de vivir siguen intactas, y cada nervio sigue vivo hasta el momento en que la violencia del odio venga a acabar con todo. Todo está allí, no falta nada: entrada solemne, gran despliegue de policías, detrás de nosotros el ‘público’, formado en su mayor parte por miembros de la Gestapo. El público tiene generalmente los rasgos del tipo medio de ‘una’ Alemania. La ‘otra’ Alemania no está representada o está condenada a muerte.
Hasta ahora me ha ayudado el Señor de manera magnífica y cordial. Todavía no tiemblo, y me siento derrumbado. La hora sonará muy pronto. A veces me invade la tristeza cuando pienso en lo que todavía querría hacer. Porque ahora me siento por primera vez hombre, libre interiormente y mucho más auténtico y veraz que antes. Es tiempo de sementera y no cosecha. Dios es el sembrador: él recogerá también un día la cosecha. Solo quiero esforzarme por una cosa: por caer en la tierra al menos como fecundo y sano grano de trigo. Y en las manos de Dios.
Por eso quiero ahora, al terminar, hacer lo que tantas veces hice con mis manos esposadas y lo que siempre seguiré haciendo, siempre con más gusto y mejor, mientras pueda respirar: bendecir. ¡Que Dios os proteja!
Voy a esperar aquí la voluntad y guía del Señor. Confiaré en él hasta que vengan a llevarme. Y me esforzaré para que este desenlace y esta consigna no me encuentren abatido y sin esperanza.»
Alfred Delp*, en Escritos desde la prisión
*(Alfred Delp es un sacerdote jesuita condenado a muerte por el régimen nazi, debido a su oposición pública y clara a dicho régimen. Fue ejecutado en Plötzensee el 2 de febrero de 1945)