Por mucho que los tiempos cambien y adoptemos costumbres de otros sitios, yo soy de los Reyes Magos.

Por otra parte, más allá de los regalos, hay algo que me fascina de estas figuras: tres personas, con una cultura considerable (la Biblia no les llaman reyes, sino sabios), salen de sus hogares detrás de una estrella. Así, sin más. Seguramente sintieron ese pálpito que alguna que otra vez nos da el corazón, diciéndonos: «No te despistes que es por ahí, es por ahí». Cuando te entra esa certeza inexplicable, no te queda otra que decir «allá voy».

Me vienen a la cabeza todas aquellas personas que también salen de sus casas siguiendo una estrella, sintiendo esa fuerte sacudida que te invita a partir de tu hogar. Admiro y aplaudo la gente que es capaz de dejar a un lado lo conocido para partir hacia lo incierto. Pero también me vienen a la memoria todos esos que, precisamente, siguiendo una estrella, se quedaron a medio camino: en el fondo del mar, a los pies de una frontera que no pudieron atravesar, alojados en un campamento de refugiados, huyendo de un campo de batalla… o tumbados en las esquinas, rendidos de todo. Ante ellos pasó también una estrella y, sin saber cómo ni por qué, la perdieron de vista.

Así que me prometo a mí misma pensar más allá de los regalos cuando llegue el tan ansiado 6 de enero. Lo confieso, me costará, pues una tiene ese puntito “mundano”. Pero no olvidaré que las estrellas aparecen en el cielo todos los días del año, y pediré a Dios que cada cual encuentre la suya y les conceda la fuerza para seguirla. Y a nosotros, que nos ayudemos a que la estrella sea encontrada por quien la busca.

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