En nuestra tradición cristiana la celebración del Día de Reyes es muy especial para las familias. En nuestra cultura, tendemos a regalar obsequios a los niños en esa fecha y nos reunimos en familia para celebrar la llegada de los Reyes. Personas se disfrazan de los Magos de Oriente y pasan por las casas repartiendo dulces para los niños en los hogares. Esta tradición siempre me hace reflexionar sobre lo que hicieron esos sabios.
Si observamos la historia bíblica, entendemos que ellos siguieron una estrella o, más bien, confiaron en la profecía que les decía que una estrella los iba a guiar. No conocían la revelación divina ni las promesas judías del Mesías, pero estudiaban las estrellas en su deseo de buscar a Dios. Fuera de todos estos datos, ¿qué podemos aprender de estos sabios de Oriente?
Puede que lo que sabemos de ellos nos confunda o nos de diferentes teorías, pero lo importante es que las personas siguen buscando quiénes fueron estos sabios y de dónde sacaron la confianza para seguir una simple estrella en medio de la noche. Cuando reflexiono sobre esta realidad, me doy cuenta de que las estrellas siempre han tenido un valor importante en medio de nuestra evolución como sociedad. En la antigüedad, antes de los GPS, los marineros se dejaban guiar en la noche por las estrellas, y sus ubicaciones les permitían llegar a puertos seguros sin necesidad de brújula o compás.
Aun en las noches más nubladas, donde las estrellas no pueden verse, estos marinos al mirar el cielo cerraban los ojos y ubicaban las constelaciones en sus mentes, confiando en que sus recuerdos no fallarían. ¿Qué les permitía tal audacia para lanzarse al mar sin ver una estrella? Pues todo nacía de una confianza llena de experiencia que siempre les recordaba que, sin importar la noche o el tiempo, jamás pasarían un viaje sin ver una estrella para dejarse guiar en medio de la incertidumbre. Esta fue la confianza que tuvieron los sabios de Oriente al iniciar su camino, confiando en esa estrella, y lo alcanzaron.
Dios nos invita a confiar en sus promesas y a ver la esperanza en medio de la desolación que a veces podemos vivir. Jesús nos lo recuerda todo el tiempo cuando dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida». ¿Qué esperamos? Debemos aprender a confiar en la estrella que vive en nuestros corazones.