Ha fallecido Francisco Ibáñez a los 87 años, uno de los grandes de nuestra literatura contemporánea. Y no precisamente por escribir muchas novelas, más bien por ser padre entre otros de Mortadelo y Filemón. Dos espías españoles en el mundo de la Guerra Fría que hacían todo al revés, y en cuya absurdez es difícil no sentirse reflejado, y así han transitado de evento en evento. Por sus páginas han pasado niños y no tan niños durante generaciones, haciendo de los tebeos algo más que un puro entretenimiento y un buen señuelo para que muchas personas adquirieran cierto gusto por la lectura –algo que en la era de las pantallas parece impensable–.

Y curiosamente, desde sus inicios se muestra el poder del sentido del humor. Y no sólo como un recurso para estar alegre y pasar un buen rato. Es más profundo. Sobre todo, el sentido del humor como recurso existencial. Momentos en los que la realidad se vuelve tan tensa, tan triste o tan inverosímil, que el humor es capaz de calmar situaciones y ayudar a diferenciar lo importante de lo urgente, y lo principal de lo accesorio. En ocasiones, reírse de la realidad no implica despreciarla, puede ser una buena forma de amarla y de aceptarla porque sencillamente nos sobrepasa.

Suele ser en medio de los tiempos de crisis, donde la Literatura adquiere un valor aún mayor, quizás porque nos ayuda a escapar de las situaciones y proyectar la vida de una forma distinta. Y es ahora, en el tiempo de la «cultura de la cancelación» y de la posverdad, y donde todo se vuelve serio, cuando debemos aprender a vivir la vida desde el sano sentido del humor, porque a veces una broma a tiempo también puede hablar de Dios.

 

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