El ayuno, la oración, la limosna, marcan la Cuaresma. La espera confiada y la preparación nos guían en Adviento. Pero, ¿y en Pascua? Es un tiempo para la alegría, sin lugar a dudas, la invitación pues sería a mostrarla, a vivir un tiempo de fiesta, de celebración, de mostrarnos alegres. A veces echo en falta una propuesta de prácticas pascuales, igual que pasa en esos otros tiempos fuertes del año.
Si nos paramos a pensar algunas prácticas pascuales, salir de fiesta sería una con quizás más aceptación social, muchos se apuntarían a vivir la Pascua a fondo si esa fuera la propuesta. De hecho, en Sevilla se celebra esta semana la Feria de Abril, luego vendrá la de Córdoba, Granada…
Para no pocos jóvenes la feria de su ciudad supone la primera vez que sus padres les dejan salir. Y es que no deja de ser una semana de desfase al año, en la que la vida se vuelve nocturna y los excesos se permiten, casi una anti-Cuaresma. Resuenan las sevillanas que nos recuerdan que “no te das cuenta que has vivido cuando pasa la vida”, una llamada a apurar el momento, a disfrutar plenamente la alegría.
Estamos en medio de la alegría de Pascua, y estamos llamados a celebrarla. La Feria sin duda puede ser una gran ocasión para vivir esa alegría celebrando la familia, la amistad… Y también para recordarnos que, sin embargo, la alegría del Resucitado no es explosiva, no viene con altavoces, luces de colores, de hecho, no necesita mucho. Si la esperanza y la conversión no están llamadas a vivirse y practicarse solo en Adviento y Cuaresma, tampoco la alegría se acaba en Pascua. No hay que apurarla en una semana de feria, es una alegría más duradera, que está llamada a no dejarnos, a quedarse entre nosotros todo el año.