Quizás a ti también se te esfumó la Cuaresma pensando que era tiempo de apretar un poquillo en las cosas de la fe, de quitarse de apegos, de conversión. O no. Ojo, que lo suyo es que no te sucediera y que tu Cuaresma diese frutos. Así habrás acompañado al Señor en el tiempo de la dificultad, del desierto, y ello te estará ayudando a acompañarle ahora en Pascua, tiempo de alegría y resurrección. Ánimo y a disfrutar.

Pero si te ha pasado lo que a mí y terminada la Cuaresma aún no habías empezado con la conversión del Adviento anterior, ánimo y a disfrutar igualmente. Porque en los evangelios vemos que los apóstoles no se enteraron de mucho durante su tiempo con Jesús. Y fuerza de voluntad no les faltó. Pregunta por Pedro. Pero el gran cambio en sus vidas no sucedió durante sus andanzas por el desierto con Jesús. Sucedió después de la resurrección del Señor. En Pascua. No entregaron con radicalidad sus vidas cuando ellos quisieron o confiaron que ocurriría. Al contrario, cuando menos se lo esperaban, el Señor entró en una habitación cerrada a cal y canto, o les salió al paso en medio de un caminar frustrado.

Ánimo y a disfrutar. Porque la Pascua es tiempo de vida, de esperanza, de alegría. Y nada de eso está reñido con la conversión. San Ignacio nos invita en los Ejercicios a «mirar el oficio de consolar, que Cristo nuestro Señor trae». Y podría igualmente invitarnos a mirar el oficio de convertirnos que trae. Porque la Pascua es tiempo para dejar de agobiarnos llevando las riendas de nuestra vida y nuestra fe, para dejarle a Dios que sea Él quien se ocupe de ambas. Y entonces estarán aseguradas la consolación y la conversión. Ánimo y a disfrutar.

 

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