Acabas de volver de la Pascua. Estás entusiasmado, añorante, conmovido, todo a partes iguales. Evocas momentos de estos días pasados. Días que han estado cargados de celebraciones y símbolos, lleno todo ello de sentido. Repasas los muchos abrazos, las conversaciones, la alegría de sentir que hay más jóvenes que también creen, vibran, sienten, y se emocionan como tú. Compartes fotos e historias en Instagram, y se multiplican los corazones y los comentarios que son como puentes a esos otros con los que has vivido todo esto. Los grupos de WhatsApp arden. Sacas la guitarra y tarareas algunas canciones muy bonitas que te han encantado. Vienes con ganas de rezar, a ver si sientes con la misma intensidad que en esa hora santa o en esa adoración de la cruz de hace unos días…

¿Sabes una cosa? Muchos miles, decenas de miles, cientos de miles de jóvenes antes que tú han experimentado algo así. Y muchos de ellos hoy no recuerdan nada de todo aquello. O, si lo recuerdan, es con una vaga añoranza –como se recuerdan otras cosas de la juventud–. Pero la fe se les enfrió. Se fue apagando –como una hoguera de Pascua convertida primero en brasa y luego en ceniza–.

¿Sabes por qué? Porque pensaron que la Pascua terminaba al coger el autobús de vuelta. Al regresar a la vida diaria. Suplantada, pronto, por la urgencia de los exámenes, o por otros planes… Y ahí está la gran mentira. La Pascua empieza ahora. Ahora es el tiempo de la verdadera búsqueda. Lo de estos días pasados ha sido el destello. El primer momento. La intuición que puede alumbrar un camino. Pero es ahora, en tu vida diaria y cotidiana, donde toca volverlo real. Ahora es el tiempo de poner nombre y rostros al servicio, a la pasión, a los hágase. Ahora es el momento de ver si serás de los que le niegan o de los que eligen dar un paso al frente. Ahora es el momento de buscar respuesta a la pregunta «qué quieres de mí». Ahora es el momento de pensar en qué consiste tomar tu cruz y seguirle, en las noches oscuras y en los días radiantes.

No dejes que la Pascua se convierta solo en una muesca más en el catálogo de experiencias –en este caso con un toque espiritual–. No lo metas en una lista en la que tan pronto está un interrail, un erasmus, un voluntariado en el extranjero, el camino de Santiago, o visitar Nueva York. No dejes que sea una experiencia de consumo. Si no lo vas a tomar en serio, esto puede no ser más que postureo pascual.

Ahora es el tiempo de pensar cómo seguir. Ahora es el tiempo para hacerte consciente de que la fe es algo para el presente, para la vida diaria, para hacer real el evangelio hoy y aquí. Ahora es el tiempo para pensar en cómo profundizar y cómo dejar que el ancla que acabas de echar se convierta en raíz.

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