En el Nuevo Testamento se nos dice en numerosas ocasiones que Jesús nos amó hasta el extremo, llegando a dar su vida por nosotros. Sin embargo, estas afirmaciones que tantas veces hemos escuchado nos pueden parecer un poco exageradas y pensar que hoy en día (o quizás nunca) de amor nadie se muere. Pero si reflexionamos un poco, veremos como en nuestro día a día sigue ocurriendo.
Quizás no de una forma tan espectacular como la de Jesús o como la de personas como san Maximiliano Kolbe que entregó su vida para salvar la de un compañero suyo del campo de Auschwitz; pero sí en menor medida y de una forma más cotidiana. Por ejemplo, siguen muriendo por amor los padres que renuncian a su bienestar para dar de comer a sus hijos pequeños en las noches a costa de su propio descanso. O las personas que acompañan a sus seres queridos en las largas noches de hospital mal durmiendo en incomodos sofás o sillas, con tal de que su ser querido pueda tener su mano cerca. Es el caso también de las personas cuyos trabajos consisten en poner en juego sus propias vidas en ayuda de los demás.
Así, en el mundo de hoy sigue habiendo cada día cientos de pequeñas muertes que se llevan a cabo en favor de aquellas personas a las que se ama. De tal manera que, si lo pensamos un poco mejor, veremos como cada uno de nosotros es capaz de «morir a sí mismo» y hacer aquello que no haría nunca si no fuera porque con ello puede hacer o estar junto a aquellas personas a las que ama. De amor uno muere poco a poco.