El discípulo se acercó a su maestro y le preguntó con la ansiedad de quien espera una respuesta a la altura de su pregunta:
– Maestro, ¿qué es darlo todo? ¿cómo puedo estar seguro de que no me he reservado nada de mi mismo cuando me entrego a los demás?
El maestro, como tantas veces, comenzó a explicarle una historia:
– Te explicaré lo que les pasó a tres voluntarios que un verano fueron a la India, a ayudar en un hospital de moribundos en una de las regiones más pobres. Los tres tenían la misma tarea: cuidar a un solo enfermo, curarlo y acompañarlo, durante todo el día.
– Entiendo –dijo el discípulo–.
– Pues bien –prosiguió el maestro– un día uno de los enfermos le preguntó a su voluntario: “oye ¿por qué haces todo esto conmigo? ¿por qué estás limpiado mis heridas y te quedas aquí conmigo tanto rato?”. El voluntario, armado de sinceridad, no se pudo esconder: “lo hago para tener una experiencia, hace tiempo que me apetecía vivir algo así; no sé, algo que me llenara y me hiciera sentir bien, ayudando a los que no tienen tanto como yo. Por eso estoy aquí”. El enfermo le clavó entonces la mirada y ¿qué piensas que sintió el voluntario?
– Sin duda, vergüenza… seguro que no le pudo aguantar la mirada –contestó el discípulo–.
– Este voluntario no tiene un proyecto de vida para darse a los demás, pues sólo busca el instante intenso y la experiencia vivida. Ni da ni recibe.
– Sí… –asintió el discípulo–¿y qué le pasó al segundo voluntario?
– El segundo voluntario, mientras cuidaba al enfermo que le habían asignado, escuchó la misma pregunta: “tanto tiempo aquí conmigo, tanta dedicación centrada en mí… quiero saber qué es lo que te ha traído desde tan lejos para dedicarte a cuidarme y acompañarme”. Aquel voluntario se quedó pensativo unos segundos y le dijo: “creo que lo que estoy haciendo es lo correcto. Hay que paliar el mal y el dolor en el mundo. Yo soy un privilegiado y aquí vivís oprimidos. Mi deber moral es hacer desaparecer esa diferencia. Por eso estoy aquí, con vosotros”. El enfermo volvió la mirada, frunció el ceño y se quedó pensativo. ¿Qué piensas que se le pasaba por la cabeza?
– Quizá pensaría que su cuidador ya estaba justificado desde sus ideas, que realmente hacía el bien, pero que a él esos valores no lo acompañaban en su dolor –respondió el discípulo–.
– Y por lo tanto, este voluntario tampoco lo estaba dando todo, podemos pensar –sentenció el maestro–.
– Pero él ya tiene un proyecto, actúa por deber y solidaridad, ¿no es eso darlo todo? –dijo el discípulo, agitado–
– Se va acercando… veamos al tercer voluntario y entenderás mejor. Un día el enfermo al que curaba las heridas le preguntó: “¿por qué me curas y me acompañas en mi soledad?» El voluntario, con serenidad, le miró a los ojos y le dijo: “Lo hago por ti. Por eso estoy aquí, contigo”.
– ¡Eso es! ¡Esa es la única respuesta válida! –gritó el discípulo– si así respondió con el corazón, sin duda él sí que lo estaba dando todo: se hizo pequeño para hacer hueco a los hermanos.
– Así es, y esa compasión le hizo libre para entregarse y no reservarse nada –dijo el maestro–. Ahora ve, y haz tú lo mismo.