Una de las primeras consecuencias que nos ha traído la crisis de Afganistán ha sido el surgimiento de infinitos expertos en geopolítica, sobre todo en Twitter –donde cada vez es más complicado encontrar algo de sentido común–. Y es que mientras la gran mayoría de los ciudadanos nos quedábamos con la boca abierta, muchos buscaban culpables en la hemeroteca como quien juega al Risk un domingo por la tarde, de manera que se intercambiaban –y mezclaban– muy a la ligera presidentes, países y religiones, evidentemente siempre a favor de la ideología del tertuliano de turno, con más fuentes y aplomo que la propia CIA y con continuas contradicciones en su modo de pensar, dicho sea de paso.

Quizás una de las pocas certezas que podemos sacar de estas semanas, al menos a este lado del mundo, es que la realidad es mucho más compleja de lo que muestran las fotos, los vídeos de cinco segundos y los titulares. Y aunque a veces todo parece muy fácil, el cuñadismo que apuesta por la brocha gorda en vez del pincel fino no suele ser el médico más apto para arreglar una humanidad herida y con tanto muerto de por medio. Esta situación, como otras tantas, nos demuestran que para comprender el gran tablero del mundo es necesario un estudio reposado y riguroso de asuntos tan importantes como la Historia, la Filosofía, la Economía, las religiones o la política internacional.

No sabemos cuáles serán las consecuencias a corto y medio plazo de esta crisis, ni aquí ni en el avispero de Oriente Medio. Lo que no podemos hacer es dejarnos llevar por los mismos profetas de la mentira –tanto de izquierdas como de derechas– que aporrean nuestra conciencia y que lejos que pensar en la paz y en la dignidad de millones de personas, intentarán manipular la realidad para demostrar que su ideología es la única que merece la pena y que solo ellos pueden solucionar absolutamente todos los problemas de este mundo.

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