Al abrir los ojos cada día, aquí en Roma, me veo rodeado de personas, realmente de todas las razas, de todos los continentes, de tantas lenguas. Me siento ciudadano de un mundo que es mucho más grande de lo que yo había estudiado, leído, me habían dicho. No es que ahora haya visitado muchos países del mundo, ¡quien pudiera!, pero voy poco a poco conociendo a personas de muchos lugares, y ellas me descubren, transparentan sus países. Y cada día oigo … lo primero, una lengua que dicen se llama italiano; sale de mi boca, sale de la boca de los que viven, de los que estudian conmigo. Pero si un italiano nos escuchase, ¿nos entendería?. Cada día se obra el milagro de que hablando “eso que parece italiano” nos entendemos, cada día se hace realidad el milagro de que entenderse no es solo cosa de palabras. Es genial reírse al intentar adivinar al otro, ver nuestras caras, y al final entendernos.
Y este pequeño experimento de vivir juntos gente de todo el mundo, se hace una realidad apasionante, siempre nueva, porque unos y otros tenemos un objetivo, un amor común: hacer de este mundo una tierra más amable, más vivible … un Padre común. Y al trabajar en común uno descubre que las cosas importantes quizás se dicen de manera diferente en las diversas lenguas, pero significan lo mismo. Y cuan rico es descubrir que esas mismas cosas, que yo siempre he pensado, he hecho de la misma manera, también se puede hacer de otras muchas, porque mis compañeros y sus paisanos las hacen. Quizás lo mío no es lo mejor, ni tampoco lo peor, es simplemente lo nuestro ….