Adoro el barrio de Lavapiés. Cuando paseo por sus calles tengo la sensación de estar en un país diferente. Si ahora me parece estar en la India, de pronto estoy en un mercado Bangladeshi, luego en Latinoamérica y, finalmente, en una calle madrileña llena de africanos. No sólo es estética. Me fascinan los distintos universos que hay detrás de cada esquina.
Hay quien dice que esta atracción por la novedad y el exotismo de lo diferente es un rasgo más de la inmadurez posmoderna. Yo me inclino a pensar que en un mundo global e interconectado lo que antaño fue una búsqueda metafísica de la verdad ahora se ha convertido en un afán por descubrir y ubicarse en una realidad cada día más amplia, compleja y plural. Ya no necesito ver documentales sobre multiculturalidad, mi ciudad es como uno de ellos. No necesito que definan pluralismo, ¡lo vivo en mi día a día!. Es interesante como la vida va por delante de lo escrito, cómo la práctica nos lleva más allá de lo dicho en la teoría.
Dios me libre de decir que todo da igual, que todo es lo mismo, pero la solución ha de venir de la mano de una síntesis que incluya, no que ignore, las complejidades de lo real. Quizá hay momentos para construir teorías, establecer estándares, clarificar identidades… pero también, y hoy quizá más necesario, tiempos de transigencia, tolerancia, coexistencia. Lo distinto, lo confuso,e incluso lo ambiguo, ha de tener cabida en lo que sea verdad sobre mi vida, puesto que así es la mayor parte de nuestro contexto. Y es que no me vale hablar de Bangladesh o de los musulmanes,sino de Elahi, de cómo vive, de lo que le preocupa y de cómo le brillan los ojos cuando nos tomamos un café.
Hoy más que nunca hemos de ser expertos en movernos entre lo distinto, lo que nos confunde, el misterio, lo que nos cuestiona… siempre caminando. Estas son las cosas que tiene seguir a un Dios siempre mayor, que siempre está más allá de donde estamos. Así que sigamos, siempre adelante… pero hagámoslo juntos, sin dejar a nadie fuera.