“Lo descolgó, lo envolvió en una sábana y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca…” (Lc 23,53)

El espacio del silencio y de la espera. En el que parece que nada ocurre, (pero algo está germinando). El lugar del cansancio y cierta rendición. De una quietud callada.

Hay muchos espacios en nuestro mundo que se asemejan a este. Muchos lugares donde parece que se palpa la derrota… Pues bien, ese sepulcro en el que yace la Vida a punto de estallar, en el que la Palabra espera para volver a ser proclamada con estruendo, es hoy icono de esperanza para todas esas realidades vencidas y atravesadas, que siguen esperando que se haga la luz.

Señor, enséñame a esperar. A creer en las promesas, en tus promesas. Enséñame a sentir que, aunque no lo vea, la losa que cubre tantas realidades está a punto de romperse. Dame fe, Señor

LA HIJA PRÓDIGA

  ¿Qué me queda por dar, dada mi vida? 
Si semilla, aventada a otro surco, 
si linfa, derramada en todo suelo, 
si llama, en todo tenebrario ardida. 
¿Qué me queda por dar, dada mi muerte 
también? En cada sueño, en cada día; 
mi muerte vertical, mi sorda muerte 
que nadie me la sabe todavía. 
¡Que me queda por dar, si por dar doy 
—y porque es cosa mía, y desde ahora 
si Dios no me sujeta o no me corta 
las manos torpes — mi resurrección…!  

 Dulce María Loynaz

 

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