Hace unos días, el portavoz del gobierno de la Comunidad de Madrid restaba importancia a un informe de Cáritas donde se denunciaba que en el área metropolitana de la capital había unos 3 millones pobres. Y quizás lo grave no solo fue el hecho de soslayar unos importantes datos como político, más bien las formas que evidencian poca consideración hacia una de las instituciones mejor valoradas y que siempre está ahí para ayudar al que más lo necesita y cierto desprecio a bastantes madrileños que viven cierta dificultad. Por no hablar además de esa actitud tan humana de hacer caso a la Iglesia solo cuando interesa, dicho sea paso.
Evidentemente, si miramos las calles de Madrid no encontraremos 3 millones de pobres desdentados, desharrapados y pidiendo en la calle mientras beben un tetrabrik de vino –acepto la exageración–. Sin embargo, hay que ser conscientes de que la pobreza puede ser absoluta y también relativa. Está claro que no es lo mismo tener cinco euros en el bolsillo en Sudán del Sur, en una favela de Brasil o en Sillicon Valley. Todo depende de cuánto tengan los demás, pues influye para bien o para mal en el resto del sistema. Por eso no es lo mismo ser treintañero mileurista en Madrid, en un pueblo de Soria o en La Coruña. Y por qué no hablar de las diferentes oportunidades, contactos y el mayor riesgo de muchas personas de acabar en la pobreza cuando llegan el paro, la enfermedad, la viudez, un divorcio en la familia o la subida de la luz. Sin olvidar la pobreza cultural, la dificultad para comprar una casa y otras tantas variables y consecuencias que sí entran en juego…
Está genial que Madrid sea la región más rica de España, sobre todo si esto no lleva a la vanidad, al desequilibrio y al egoísmo y al mismo tiempo fomenta la generosidad y el compromiso con el resto del país. El gran riesgo es quedarnos con esos datos y olvidarnos de que la riqueza de un país y de una región debe beneficiar a todos los miembros de una sociedad, y no solo a una parte, pues detrás de unos pocos datos positivos puede esconderse una gran desigualdad –como ocurre en muchos países del mundo–. De lo contrario iremos creando un sistema injusto donde unos pocos irán muy rápido y el resto verán cómo no aumenta su bolsillo pero sí su desencanto, su desafección y poco a poco su resentimiento. Me pregunto si cuando lleguen las elecciones este señor también se olvidará de esos 3 millones de personas, porque cuando hablamos de votos y no de pobres la cosa cambia.