Aunque está latente no suele ser noticia, sin embargo sus consecuencias son cuestión de tiempo. Se oye como música de fondo en los disturbios que están padeciendo algunos países de América Latina o en el auge de los extremismos que hacen temblar a la vieja Europa, pero también detrás de algunas migraciones masivas y de esta emergencia climática de la que tanto se habla y que afectará principalmente a los más pobres del planeta. Como una enfermedad sigilosa –y en aumento desde hace años– la brecha de la desigualdad social crece agravando problemas y creando otros tantos a lo largo y ancho del mundo.

Desgraciadamente, no es algo que ocurre solo lejos de aquí. En el caso de España, por mucho que todos tengamos los mismos derechos, no todos gozamos de las mismas oportunidades. No es lo mismo vivir en un barrio o en otro, nacer en una gran capital o en un pueblo de la España vaciada. La sanidad y la educación siempre serán mejorables, no obstante los servicios y las posibilidades se multiplican en función de cuanto puedas pagar. Tampoco es igual invertir las vacaciones en el extranjero aprendiendo idiomas, descansando en la playa o pasar las calurosas tardes de verano viendo la vida pasar. Y así una lista interminable de variables que condicionan el talento de cada uno –como el contexto cultural, el patrimonio familiar o los contactos que tengas por nombrar algunas variables más– determinando así las posibilidades y la capacidad de sobrevivir con éxito en un mundo que cambia demasiado rápido.

Ante esta realidad los cristianos no podemos quedarnos parados como si no fuese con nosotros, los problemas de la sociedad nunca pueden dejarnos indiferentes. No vale culpabilizarse inútilmente, pues es otra forma de narcisismo camuflado. Quizás la propuesta es aceptar con gratitud la suerte que tenemos, plantearnos si nuestro modo de vida tiene algo que ver con el Evangelio y cuestionarnos una y otra vez si nuestras decisiones y comportamientos llevan a tender puentes entre personas y grupos o más bien agrandan heridas que pueden romper una sociedad. Al fin y al cabo, las consecuencias de la desigualdad nos afectan más de lo que creemos y la construcción de un Reino de justicia y de paz nos implica a todos.

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