La cuesta de enero, la crisis, el desempleo, los impagos, las quiebras, la pobreza energética, los desahucios; son conceptos con los que empezamos el año y con los que estamos aprendiendo a convivir porque cada día nos resultan, desgraciadamente, más familiares y más cercanos.

Las dificultades económicas se generalizan y la pobreza aumenta, pudiera parecer que para todos. Sin embargo, la lista anual de Bloomberg que recoge las mayores fortunas, nos saca del letargo pandémico en el que nos han sumido la realidad, los medios de comunicación y la mediocridad de la arena política.

Mientras gran parte del mundo empezó a sufrir las consecuencias de una crisis económica que se vislumbra larga y dura, las 500 mayores fortunas del mundo incrementaron su patrimonio en un 31%. Mientras hablamos de recesión, de deudas y de reducción del PIB en muchos (demasiados) países, el 0,001% de la población se ha hecho desproporcionadamente más rico, de forma morbosa e injusta.

Porque habrá quien defienda lo lícito de este enriquecimiento, quien no vea mal en las ganancias estratosféricas que se presumen fruto de un duro trabajo. Pero en un planeta con recursos limitados, como es el que habitamos, la avaricia de unos es la miseria de otros.

En un momento en el que la solidaridad es una urgencia y casi un deber moral, el miedo está haciendo que los extremos se distancien a un ritmo vertiginoso en lo económico e, inseparablemente, en lo social. Y frente a eso, tenemos dos opciones. O, en palabras del Papa Francisco en su última encíclica, dos tipos de personas: «las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo; las que se inclinan reconociendo al caído y las que distraen su mirada y aceleran el paso».

Decía recientemente la titular de una importante fortuna que sus hijos crecieron sin saber si eran ricos o pobres. Claro ejemplo de que, como primera opción, podemos mirar hacia otro lado, ignorando las brechas y el sufrimiento, esperando evitar así que la gota que colme el vaso nos salpique.

Pero frente a esto, en Fratelli Tutti Francisco nos exhorta. «Es la hora de la verdad: ¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros?» […] «Parece una utopía ingenua, pero no podemos renunciar a este altísimo objetivo».

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