El año pasado por estas fechas tuve que pasar por Madrid de camino a San Sebastián, de vuelta a la casa del noviciado. Por la reducción de horarios en los servicios de trasportes aquellas primeras semanas de estado de alarma, no me quedaba otra que hacer noche en Madrid.
En otras condiciones, era ocasión de reencontrar rostros conocidos, de conocer otros nuevos, de escuchar historias de aquí y de allá, de sentarse a compartir mesa, de compartir la Eucaristía… y de paso descomprimir un poco el aislamiento a veces algo fatigoso del tiempo del noviciado. Pero como sabemos bien, hace un año por estas fechas Madrid no era el mejor sitio para hacer un alto en el camino. Me acogió una comunidad de jesuitas que había aislado un pasillo de la casa en cuarentena. Viendo que, por el bien de todos, lo mejor era evitar contactos, me prepararon allí una habitación en la que poder pasar la noche y salir directo a San Sebastián la mañana siguiente.
Cara bien tapada, guantes puestos, distancias de seguridad, una conversación rápida y aparatosa y cada uno a su compartimento estanco. Imagino que todos nos vimos en alguna escena como aquella. A mí, como a cualquiera que traiga a la memoria un buen momento de acogida, aquello se me hizo algo violento. De un aeropuerto vacío por las anchas calles de Madrid vacías a una habitación vacía, para salir al día siguiente en un vagón de tren vacío. Surrealista.
Volviendo la mirada a aquel encuentro un año después, me doy cuenta de que me dejó más poso del que imaginaba. Es verdad, en el momento encontré motivos para agradecer: cama hecha, cena caliente, buen desayuno, refill de chocolate y fruta para el camino… Se notaba que habían puesto toda la calidez de la acogida en pequeñeces que se llenaron de significado.
Con algo más de perspectiva veo mejor que, en un momento de gran incertidumbre, con un compañero contagiado, todos en cuarentena, manteniendo las distancias y usando mascarilla incluso dentro de casa, estuvieron dispuestos a acogerme. Se preocuparon por desinfectar una habitación más (antes y después) y estuvieron pendientes de cuándo y cómo llegaba y de cuándo y cómo salía de Madrid. Cuando tenían motivos más que de sobra para preocuparse y cuidarse dentro, pusieron la mirada fuera, se abrieron y se pusieron en riesgo para acogerme una noche.