No está siendo una temporada fácil para Fernando Alonso. Acostumbrado a los primeros puestos, este año a duras penas consigue terminar una carrera. Tanto es así que, junto a su equipo, ha decidido no participar en el gran premio de Mónaco, el más emblemático de la Fórmula 1, para correr las 500 millas de Indianápolis, una competición de gran tradición en Estados Unidos pero con mucha menos repercusión en el resto del mundo.

Más allá del resultado final en la carrera y de la buena imagen dada por Alonso, lo ocurrido parece transmitir un mensaje cuanto menos dudoso: cuando la cosa se pone fea, no vale la pena sufrir.

Está claro que ganar gusta, y más cuando eres un deportista de élite, pero nadie puede ganar siempre. La vida a veces trae victorias y a veces derrotas, en ocasiones nos sale todo como habíamos planeado y otras se nos pincha la rueda en la primera vuelta. La tentación de escapar siempre está ahí: tomar un atajo para seguir ganando o simplemente huir cuando la desolación nos atrapa, pero por mucho que uno corra no puede llegar siempre primero. En esos momentos es necesario mirar con perspectiva para disfrutar las victorias pasadas pero también para recordar que tampoco las derrotas duran para siempre. Y es que en la vida, como en el deporte, la victoria no siempre consiste en llegar primero sino quizás en seguir compitiendo: cada día, cada carrera. Levantarse tras una derrota para trabajar más duro al día siguiente, agradecer las buenas rachas y saber aceptar los segundos puestos. Llegar a la última vuelta con la satisfacción del que sabe que a veces lo hizo mejor y a veces peor, pero que nunca dejó de competir.

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