En la era digital, bloquear a alguien en redes sociales, teléfono o aplicaciones de mensajería se ha convertido en una respuesta común ante conflictos o situaciones incómodas. Esta práctica ha ganado popularidad, desplazando en muchos casos la opción del diálogo para resolver las diferencias. Pero, ¿Por qué tantas personas optan por el bloqueo en lugar de dialogar?

Una de las razones principales es la facilidad y rapidez que brindan las herramientas digitales. Bloquear a alguien es un acto inmediato que evita confrontaciones o situaciones difíciles. En una cultura que valora la inmediatez y evita el malestar, el bloqueo aparece como una solución rápida y sin (a priori) complicaciones emocionales.

Por otro lado, la polarización actual también contribuye a esta tendencia. La falta de tolerancia hacia opiniones opuestas y la creciente desconfianza en el diálogo han hecho que bloquear a otros se perciba como una forma de protegerse de confrontaciones que pueden parecer desgastantes o inútiles.

Unas y otras razones hacen que, en conjunto, muchas personas, en lugar de enfrentarse a los problemas, opten por eliminar la fuente que genera tensión, considerando que es la única vía para resolver la situación. Sin embargo, esta opción evita la oportunidad de construir un entendimiento mutuo y de aprender a resolver los conflictos. El bloqueo puede resultar una herramienta útil en casos extremos, pero recurrir por sistema a esta medida limita las posibilidades de crecimiento personal y relacional. Llegar a un consenso cuando nuestro criterio estaba en las antípodas del otro, es un acto extraordinario que demuestra la grandeza de la persona, y la única manera de llegar a ese encuentro es a través de la competencia de ideas, poniendo en común los distintos pareceres. Sólo hay un puente que nos lleva a ello, y ese puente es el diálogo.

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