Nos dicen que la crisis financiera es una crisis de confianza, como no puede ser de otra manera si tenemos en cuenta la etimología. Crisis de confianza y crisis de fe, una cosa lleva a la otra. Hemos perdido la fe en los elementos que estuvieron originalmente en las políticas neoliberales impulsadas con entusiasmo religioso hace trenta años por Reagan y Thatcher: la creencia en la eficiencia natural de los mercados, las políticas de desregulación, los efectos milagrosos de la globalización…

Pero del mismo modo que se ha tambaleado nuestra fe en las bondades naturales del libre mercado -la versión negativa del cual la vivimos hoy en forma de recortes y política de austeridad severa-, ha quedado tocada también nuestra fe en la capacidad keynesiana de crear un bienestar sostenible a largo plazo, sobretodo en contexto de crisis, así como el dogma del estado omniabarcante, motor de la economía del país y garante absoluto de los derechos individuales, sin tener garantizada y asumida una cultura de obligaciones y deberes sociales que nos incumben a todos.

El filósofo francés Patrick Viveret dice que vivimos el fenómeno de la ecoligión: la economía ha tenido en nuestras sociedades el estado de la religión, con su cuerpo de creencias y dogmas. Ésta es una crisis, pues, de ecoligión. Cada uno tendemos a creer que la crisis la tienen los otros y que nuestra fe era la buena; pero mucho me temo que o nos convertimos todos un poco o no saldremos de la crisis con la fe renovada.

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