El otro día leí en un periódico el siguiente titular: «La orquesta que ‘recicla’ niños rotos». Se trataba de la orquesta La Música del Reciclaje, y no solo se dedicaba a fabricar sus propios instrumentos con materiales reciclables, sino también a ‘reciclar’ chicos y chicas. La orquesta está formada por 27 jóvenes de lugares hostiles. Uno de ellos es Cristina, gitana que vivió en el poblado de La Celsa (Madrid), y también primer violín de La Música del Reciclaje. «A muchos nunca les habían aplaudido en su vida», dice uno de los luthiers de la orquesta.
Este artículo (junto con una experiencia que tuve el otro día durante una merienda por el Día de Los Sin Techo en un centro de acogida) me hizo pensar en la importancia de creer en uno mismo. Ambos acontecimientos, el artículo y la merienda, me descubrieron a personas que no se rindieron ante las dificultades de sus propias vidas (vidas muy castigadas, por cierto). Es verdad que tuvieron la suerte de encontrar personas que les tendieron una mano y les brindaron una nueva oportunidad, pero también ellos aceptaron esa mano y la tomaron.
Querer cambiar de rumbo, querer salir de donde uno está no solo depende de que encuentres a quien crea en ti. Antes de que llegue esa ayuda debe haber dentro de uno mismo el convencimiento, la creencia de que mereces una segunda oportunidad, que mereces ‘reciclarte’, como dice el titular.
Las personas que han vivido tanto tiempo padeciendo la exclusión social llegan a creer que no son dignos de una segunda oportunidad. Les puede el miedo al fracaso, el «siempre me han ido mal las cosas» o «¿quién me va a querer con lo que yo he sido?». Y muchos de ellos terminan perdiéndose en espirales tóxicas que no les deja recuperar su dignidad, la suya, la que tienen por el mero de ser personas.
Personas como estos chicos y chicas de la orquesta, o como los que tuve la suerte de escuchar en el centro de acogida, me han redescubierto que es importante que nos encontremos en la vida gente que esté dispuesta a ayudarnos, pero más importante es querer ser ayudado. Más importante es creer en uno mismo, en que nada de lo que somos hoy nos define por siempre, en que la historia no está terminada y siempre podemos volver a empezarla, a reescribirla, a reciclarla.
Estas historias me recuerdan mucho a cada una de las personas a las que Jesús curó. Quizás el milagro no sea solo esa especie de «cura inexplicable» que se obra en las personas (los ciegos ven, los sordos oyen, los endemoniados recuperan su dignidad…), sino algo más profundo: la recuperación íntegra de la persona desde su ser más profundo. Una recuperación que permite a la persona volver a ser parte de esta sociedad; volver a sentirse útil, aceptada y querida. Una recuperación que empieza por ese «querer ser curado» de la propia persona. Como el ciego de Jericó, el cual, al ser preguntado por Jesús acerca de qué quería que hiciera por él, no duda en responder: «Señor, que vea». Quizás le faltó añadir esa coletilla que popularizó una conocida marcha de champú: «Porque yo lo valgo». ¿Por qué no? Jesús también creyó que lo valía. Creámoslo todos, tanto de los demás como de nosotros mismos.