En Dinamarca han creado un proyecto realmente precioso. Se trata de una Biblioteca Humana. Es una iniciativa que empezó en el año 2000 y que ya hoy es una ONG que se extiende a unos 85 países. En este tipo de bibliotecas, en vez de elegir un libro para leer, escoges a una persona. Esa persona hace de ‘libro’ y te cuenta su historia. Puede ser un mendigo, un inmigrante, un ejecutivo, un estudiante que ha sufrido bullying, un exdrogadicto, una persona marcada por algún tipo de enfermedad, un budista, un jipi, un refugiado… cualquier persona que tenga una historia que contar. El objetivo del proyecto es no juzgar a la persona por su apariencia, de la misma manera que no se debe juzgar un libro por su portada.

Me emociona mucho cómo cada persona lleva consigo su propia historia
. Todos estamos atravesados por acontecimientos que han ido tejiendo lo que somos. Nuestras vidas se han ido escribiendo con cada cosa que nos ha pasado, buena o mala, creándose una historia única, irrepetible, absolutamente excepcional.

Pero, a veces, nuestra historia, o parte de ella, puede ser una especie de estaca que se nos clava. Hay capítulos que se nos quedaron grabados y que, en nuestro interior, repetimos una y otra vez con el único fin de machacarnos. Son como «autocondenas», anclas que nos impiden seguir adelante, que nos dejan adheridos al camino sin permitirnos continuar. Si algo he comprendido es que la única manera de sanar en esto es contar nuestra historia. Hay que «echar p’afuera», liberar esos fantasmas internos y ponerlos frente a uno mismo, con sus propios nombres y sus propias imágenes.

Dice el psiquiatra Luis Rojas Marcos que «hablar, en cualquiera de sus formas, no solo añade vitalidad a los años sino también años a la vida». Cada vez estoy más convencida de esto. Hay que hablar. Y, sobre todo, hay que hablar con alguien, a alguien. Necesitamos compartir lo que llevamos dentro, sacar afuera las palabras que rebotan en nuestro interior de un lado para otro. Esa es la gran medicina de nuestro tiempo. Quien habla (y también quien escucha) se siente parte del mundo, y comprende que su existencia, por muy oscura o dificultosa que sea, no sobra, sino que es una más en la enorme biblioteca de historias humanas que es el mundo. Allí hay sitio para ella. Y eso reconforta. Sí, reconforta el hecho de que todos tenemos algo que contar, una historia tras nuestra fachada. Tantas historias como personas, todas válidas, todas útiles, todas necesarias.

Jesús sabía también del poder curador de las palabras, de la importancia de hablar, de que el otro te cuente su historia. «¿Qué quieres que haga por ti?», preguntó al ciego Bartimeo antes de curarle; o el «¿quieres curarte?» que lanzó al paralítico tumbado en la piscina de Betesda, como si no fuera evidente que quisiera eso. Quizás solo buscaba que el paralítico pusiera palabras a su necesidad. También está el diálogo con la samaritana; o con los discípulos de Emaús, en ese camino lleno de incertidumbre y decepción. O la conversación con el joven rico, en la cual el joven se topa con sus propios temores.

Detrás de cada hombre y cada mujer, sea cual sea su fachada, hay escrita una historia genuina. Quizás la historia que yo necesito escuchar. Quizás la historia que el mundo necesita para que sea más de Dios y de las personas.

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