A veces imaginamos la conversión como un antes y un después, como un abrir y cerrar de ojos que hace dejar atrás la vida pasada y comenzar de nuevo desde unos cimientos completamente diversos. Sin embargo, en el caso de Ignacio esto no fue del todo así. Es verdad que la herida de la bala del cañón y su convalecencia en Loyola le hicieron descubrir la llamada de Dios para su vida. Sin embargo, todavía necesitó de tiempo de conversión para que aquella llamada se realizara según Dios, y no según Ignacio.

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