De todos los personajes que podemos contemplar en estos días santos, hay uno que especialmente pasa desapercibido: el burro. El pobre animal, que estaría atado en la casa de su dueño, tranquilamente descansando tras su jornada, saboreando lo que supondrían los días de fiesta, para él días de descanso de su carga habitual… En esta tranquilidad, es recogido por unos hombres para una tarea. Sin pretenderlo, su rutina va a sufrir un cambio: no recorrerá el camino habitual, seguramente el del comercio, que permitía llevar en su lomo artículos de compra-venta, sino que va a entrar en Jerusalén por la puerta grande. ¿Qué pintaba él en todo esto?
Y quizá la carga que lleva encima no será igualable a ninguna otra. Los gritos de alabanza del pueblo dan testimonio de que a quien lleva es verdaderamente importante para muchos. Si él ni siquiera lo conoce… Pero se siente protagonista, no es una misión cualquiera. Cuando carga fardos de un lado a otro por las calles de Jerusalén, nadie se fija en él. Hoy, todas las miradas se dirigen a sus pasos. Sabe que no es el centro, pero sabe también que lleva encima un tesoro.
Las calles que recorre también son nuevas. No es su camino habitual, y además nunca ha visto Jerusalén en fiestas. ¡Qué alboroto, cuánta alegría en las caras de las gentes que se aglomeran a su paso! Tampoco sabe muy bien a dónde se dirige, pero se fía.
Y terminado el episodio que nos cuenta el Evangelio sobre la entrada de Jesús en Jerusalén, una pregunta: ¿qué será del burro? Nadie nos cuenta qué hicieron con él, cuál fue después su papel. Cumplió su misión y desapareció.
En el fondo, todos somos un poco borricos. Nuestra vida cristiana está llamada a ser como el burro: llamados, invitados a una tarea de la que no somos protagonistas sino enviados; tantas veces aclamados por nuestras acciones, pero seguros de que no es a nosotros, sino a Aquel por quien somos, hacemos y nos empeñamos; recorremos caminos desconocidos, seguros de quien nos hemos fiado; y celebramos la entrega auténtica por amor, sabiendo que nuestro lugar está detrás de las cámaras, para que brille lo importante, Aquel que nos da sentido profundo.
Ojalá esta Semana Santa nos haga encontrarnos en los contrastes de la vida, ser un poco más borricos y que pueda decirse de nosotros, como se dijo del burro del Evangelio: «si alguien os dice algo, decidle que el Señor lo necesita».