Nadie quiere identificarse con un burro, desde luego. Pero a veces, quizá, todos lo somos un poco. La mula y el buey miran a la divinidad desde el pesebre, desde el plato de comida, desde las cenas de navidad y sus excesos. De vez en cuando, mientras mastican, levantan la testuz del heno y miran con ojos húmedos la escena. Los enternece esa pareja de galileos y su hijo recién nacido que han decidido compartir el establo con ellos. Comprenden que esa pobreza se parece a la suya. Luego, sumergen de nuevo el hocico en el pesebre, porque hoy es festivo, pero mañana el buey volverá al arado y la mula a su aparejo.