A lo largo de los siglos, los seres humanos hemos ido construyendo una imagen de Dios a través de la pintura y la escultura, pero ¿y la arquitectura? Esta también ha jugado un papel fundamental en nuestra relación con Dios, desde las grandes catedrales a nuestra propia casa.

Tanto en las iglesias como en nuestros hogares estamos rodeados de imágenes que nos ayudan a hacer más tangible nuestra fe, poniendo rostro a lo que creemos. Sin embargo, en ocasiones descuidamos otro factor de vital importancia en el encuentro con Dios: el lugar.

Cuando pensamos en la arquitectura de la Iglesia imaginamos los grandes templos cargados de simbolismos de otras culturas y épocas. Sin embargo, deberíamos también pensar en que los primeros discípulos se reunían en sus casas. ¿Acaso unos lugares transmiten más la presencia de Dios que otros?

Lo cierto es que no hay un lugar universal para el encuentro con Dios, cada uno debemos encontrar el nuestro. Al igual que es importante cómo nos comunicamos con Dios, también es importante cuidar el espacio en el que nos relacionamos con Él. El lugar es el medio, el espacio de conexión. El templo o la ‘iglesia’ es el lugar de celebración y de encuentro con Dios: es casa de oración.

En estos lugares se da la unión con Dios a través de la oración y condicionan el encuentro con Él. Por lo que deberíamos identificar si el espacio que nos facilita el encuentro con Dios es un lugar frío o cálido, cubierto o descubierto, iluminado u oscuro, amplio o recogido… y así reconocer cuál necesitamos.

Hay ciertos espacios que nos invitan más a la oración que otros, pero cada uno de nosotros debe encontrar el suyo propio según lo que buscamos para construir desde Dios.

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