Especialmente los que nos movemos en entornos ignacianos conocemos la famosa frase: «encontrar a Dios en todas las cosas». Para Ignacio y sus compañeros todo nace a partir de su experiencia personal con Dios. Su espiritualidad se basa en esa convicción: somos capaces de conocer a Dios en nuestro mundo, en nuestras vidas, discerniendo su presencia en lo cotidiano de nuestro día a día.
Hubo una época en la que se podía pensar que Dios estaba sólo en los altares de las iglesias, en los oratorios o en las capillas de los colegios. Hay que reconocer que a algunas personas esto les da tranquilidad: tener a Dios «controlado» en un espacio. Un lugar que se puede convertir en paréntesis del resto del edificio, con flores bonitas y pías imágenes; pero por el que apenas pasa nadie hoy en día.
Sin embargo, de querer tener a Dios ubicado en algún espacio quizá nos hayamos ido al otro extremo. Como Dios está en todas las cosas no necesitamos hacerle un lugar especial porque todo lo es. Y entonces experimentamos con las capillas «multiusos» o priorizamos invertir el presupuesto en cualquier aula a un oratorio bien cuidado y actualizado a los tiempos que corren. Otras personas defienden esta postura: económicamente es una inversión más rentable porque, total, Dios sale «gratis» en todas partes…
Y la experiencia nos dice entonces que si todo es capilla nada lo es.
Hace unos días, escuché a alguien hablar de la importancia de incluir en mi agenda aquello que verdaderamente sueñe conseguir. Si es cuidar una amistad, que reserve huecos para quedar con mi amigo; si es perseverar en la oración, que agende momentos para rezar.; si es sacarme una carrera, planificar bien mis momentos de estudio. En el ritmo frenético en el que nos movemos, una buena gestión del tiempo es indispensable para conseguir lo que quieres.
Con los espacios nos pasa algo parecido. En las casas –pensando en una vivienda humanamente digna– hay un lugar para cocinar, otro para comer, otro para dormir, otro para estar… Durante la pandemia muchos valoramos lo importante que era trabajar en un cuarto diferente de donde descansas para poder diferenciar mejor el momento del día. Y es que lo externo nos ayuda a situarnos en lo interno. En cualquier edificio de una institución que se dice católica, ¿cómo no distinguir entonces un espacio para Dios?
Efectivamente, las personas somos capaces de reconocer a Dios en todo, es un regalo que se nos hace. La clave está en que diferenciar el espacio y el tiempo nos ayuda a ser más conscientes de su Presencia en todas las cosas. Y no hablo de un lugar necesariamente amplio y ostentoso, vale con que sea sencillo, cuidado y agradable; coherente con el resto de espacios y con lo que ahí dentro queramos que suceda. La capilla de cualquier colegio se vuelve entonces espacio necesario para alimentar la vida contemplativa de nuestro alumnado en medio de una vorágine de actividades.