El debate que se ha abierto en los últimos meses sobre escuela concertada vs escuela pública genera nuevamente ampollas y división en la sociedad. No niego que en mí también ha despertado los vientos del enfado y la frustración, pero no han sido éstos los que me han llevado a escribir este texto, sino la reflexión y el deseo de contar la otra cara de la historia.

Llevo 22 años en el mundo de la enseñanza concertada. Fue una opción personal. He pasado por cuatro centros diferentes, alguno de ellos laico, y lo que he aprendido (que ha sido mucho) intentaré resumírselo en estos puntos:

1) La escuela concertada no es una escuela para la élite. Es una escuela que, muchas veces, está ubicada en barrios de clase media y/o baja (yo he estado en alguno, y mucho tiempo), abierta a una realidad muy diversa, deseosa de atender y dar futuro a muchos niños y niñas cuyas vidas parecen no albergar esperanza. Aun así, si alguna estuviera en un barrio más pudiente, no olvidemos que «los ricos también lloran», y hay muchas pobrezas que necesitan ser atendidas.

2) La escuela concertada no es una escuela ‘rica’. Es más, hay escuelas concertadas donde se carece de lo necesario para poder enseñar con cierta dignidad, y son los propios profesores o el AMPA quienes tienen que echar mano de la imaginación y del bolsillo para poder dar lo que nuestros niños y niñas merecen: una educación de calidad.

3) La escuela concertada no ‘adoctrina’ con la religión. Enseña unos valores y unas propuestas de vida, entre ellas la del evangelio, y poniendo a la persona en el centro de todo. Quien quiera ver esto como la mera transmisión de unos dogmas, se quedó muy atrás en el tiempo y no se molestó en actualizarse ni en conocer la realidad: que el ser humano posee una dimensión trascendente que es también necesario educar.

4) Y, por último, la escuela concertada, a mí, como docente, me enseñó dos lecciones que han marcado y marcan mi trayectoria laboral:
– la primera, con las Hijas de San José, que me enseñaron que el trabajo es una entrega, es un servicio a este mundo, a las personas que lo habitan;
– la segunda, con la Institución Teresiana, que me enseña día a día que la oración, el estudio y una pedagogía humanista son la mejor metodología para llegar al alumnado.

Como ven, ninguna me enseñó cómo tenía que «fabricar nuevos cristianos», ni «comerles el coco a base de mandamientos y castigos», ni que el dinero sea la moneda de cambio. Solo me enseñaron a entender que lo que hago, con más o menos creatividad, con más o menos medios, con más o menos ratio, con más o menos sueldo, si no lo hago con amor, no sirve más que «para tirarlo fuera y que lo pise la gente».

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