Es la escena de Los Simpsons que primero me vino a la cabeza cuando anoche vi la noticia de que Elon Musk había comprado Twitter. Un hastiado Homer se dirige a la tele donde el presentador del telediario presume de ganar la lotería: «puede tener todo el dinero del mundo, pero hay algo que nunca podrá comprar… un dinosaurio».

No estoy seguro de si Elon Musk no podrá comprar nunca un dinosaurio, pero lo cierto es que la pregunta que nos ronda a unos cuantos después de la compra de Twitter, es qué queda fuera del comercio, del negocio. Desde la ingenuidad muchos creímos al inicio en las redes como un espacio público de intercambio, de conocernos, donde lo mejor –y lo peor– se ponía en común. Con el tiempo la ingenuidad ha dado paso a la sospecha, hemos conocido que las redes se vertebran en torno a algoritmos que limitan con mucho nuestra libertad. Por eso, quizás, cuando sabemos que el hombre más rico del mundo ha comprado Twitter para garantizar la libertad de expresión, según sus propias palabras, en realidad más que alivio lo que nos sucede es que levantamos una ceja del escepticismo pensando en qué será lo siguiente.

El problema no ha sido descubrir que en realidad Twitter, como el resto de redes sociales o los medios de comunicación, es un negocio que cotiza, que se compra y vende y que está sujeto a intereses económicos y privados. Esto ya lo hemos ido descubriendo. La imagen del universitario geek que crea una red social y se hace universalmente famoso y millonario hace tiempo que se nos quedó atrás conforme esas iniciativas iban formando conglomerados y multinacionales de los que es difícil escapar.

Lo que nos hace levantar la ceja del escepticismo, en realidad, es el hecho de que un hombre se convierta en garante de la libertad de expresión desde su propia iniciativa sostenida en la fuerza de su dinero. Porque esto nos abre a preguntas mucho más difíciles de afrontar que una transacción entre multinacionales, que a fin de cuentas es lo que ha sucedido con Twitter. La decisión tomada por Musk nos recuerda la falta de límites que viven unos –muy– pocos porque la enorme cantidad de dinero que acumulan arrasan con todos los límites que se les podrían poner social o políticamente.

Elon Musk no ha tomado una mera decisión empresarial, ha decidido generar un cambio social tomando el control de una red social influyente. Ha visto algo que, según su criterio, no funcionaba bien y ha demostrado que puede tomar el control sin dificultades para cambiarlo. Y será su criterio el que prevalezca. No porque sea el más adecuado, pensado o consensuado… sino porque es el que más dinero tiene detrás.

Esta es la pregunta, en definitiva. Podemos hablar de valores, de libertades, de prioridades en nuestra sociedad… pero ¿qué hacemos cuando el dinero aparece y decide?

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