Me cabrea el vídeo de los aficionados holandeses riéndose de las mendigas en la Plaza Mayor de Madrid. A pocos kilómetros de allí, repaso con mis alumnos cómo en el tiempo de Jesús los gentiles, es decir los extranjeros, eran considerados impuros y su presencia nunca era aconsejable.

Me recuerda a los niños jugando entre las palomas pero esta vez la realidad se vuelve estremecedora. Las risas de los niños son carcajadas con olor a alcohol y las palomas ya no son inocentes animales sino inmigrantes que viven de la calle víctimas de un sistema injusto. Pregunto a mis alumnos -que hace poco jugaban entre palomas- tras ver el vídeo y ojipláticos responden que es una vergüenza, que es indignante, que nadie se merece eso, que es injusto, que algunos piensan que el dinero es lo único importante o que desgraciadamente hay gente que no sabe ponerse en el lugar del otro. Uno se atreve a decir por primera vez en su vida que se enerva, otros se emocionan y algunos se enfurecen porque esto ocurre en su propia ciudad.

Y en el fondo la manía de usar a las personas como objetos sin saber apreciar la dignidad del otro. Un alumno levanta la mano y pregunta qué pasaría si esas personas no fueran pobres. Silencio en el ambiente y la única certeza de que estas personas no serían tratadas así. Otra vez más la triste evidencia de que parece que la delgada línea entre la dignidad y la indignidad, o la pureza y la impureza, la marca el maldito dinero.

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