Dolor. Mucho dolor al recibir, de nuevo, la triste noticia de que unos migrantes han perdido su vida en el mar, cerca de las costas de Melilla. Es la muestra más continua que podemos tener hoy de la injusticia de este mundo. Unas personas, seres humanos nacidos en un lugar que no han elegido, tienen que sufrir las duras condiciones de una sociedad que les obliga a salir, a huir con la esperanza, quizás utópica, de conseguir un futuro mejor. Pero ese camino, ese valle de lágrimas, es una auténtica tortura que muestra lo peor del ser humano.

La escala del mal no tiene límites ni fronteras. Por el sucio beneficio de unas mafias que juegan con los migrantes como si fueran títeres, otros pierden el mayor regalo que hemos podido recibir, la vida. Es el mayor contraste en el límite de lo recibido. Es la lucha sin cuartel por mantenerse en el mundo.

No es el daño de ‘los malos’ lo que más me enfada, sino el silencio de ‘los buenos’. No me sorprende que haya gente sin escrúpulos que solo quieran sacar beneficio con lo que sea, aunque se tenga que jugar con la vida y la muerte. Me sigue sorprendiendo el silencio de ‘los buenos’. Me sigue enfadando que se mire, hipócritamente, hacia otro lado. Que se trate de silenciar una injusticia tan grande como esta o se dé un espacio mediático para la consecuencia y no para la causa. Pude ver en los montes de Nador las miradas de personas que pedían auxilio sin gritar, que lloraban de dolor sin lágrimas que soltar, que clamaban un abrazo sin poderlo manifestar. Gente que quería vivir, simplemente eso. Vivir sabiendo que su vida no está en juego, que nadie se va a aprovechar de ellos, que nadie los utilizará como mercancía.

Su dolor se hunde en la desesperanza porque las miradas de ‘los otros’ buscan el color de las cosas bonitas, el sonido de la música melódica o el tacto de un dinero que pueda permitir una vida digna, pero ¿Y sus vidas?, ¿Y su dignidad?, ¿Y sus deseos?, ¿Y sus sentimientos?

No es nada fácil atajar un problema tan estructural como este. Pero sería un gran avance si no caemos la banalización de un mal que sigue presente entre nosotros. El peligro de la jerarquización de las vidas hace que valoremos unas más que otras y eso es falso de toda falsedad. Toda vida es digna, valiosa y merece ser cuidada. Toda.

Que las vidas no sean en balde. Que las circunstancias no sean aventuras. Que la realidad nos afecte, nos manche, nos implique. Que nuestro mirar sea por la vida y no por la muerte.

Te puede interesar