Es habitual, con sus dosis de cotilleo, comentar la vida de los demás, especialmente de alguien cercano y querido, y dejarse sorprender por alguna decisión drástica, de esas que implican un cambio de rumbo vital, y de las que uno no sale igual, y que preocupan e impactan a los que uno tiene cerca. Y también es habitual, esta clásica justificación: bueno, si lo ha elegido…

Está claro que tomar una decisión implica una responsabilidad. Esto para muchos no es tan obvio, pero conviene tenerlo claro. Lo que sí es evidente, aunque los eslóganes de nuestro tiempo digan lo contrario, que por el mero hecho de elegir una decisión no tiene por qué ser la decisión correcta. Elegir es necesario y bueno, y nos hace madurar, pero se puede elegir bien y se puede elegir mal. Adán y Eva eligieron, y eligieron mal. Muchos de nosotros hemos elegido, y a veces hemos elegido mal, o muy mal.

No se trata de meternos miedo y dejar de elegir por miedo a equivocarse, que suele pasar. Más bien se trata de poner atención y no reducir nuestra vida a la libertad, porque el bien y el mal son variables que entran en juego, y nosotros también pagamos en la misma ronda las consecuencias de nuestros aciertos y de nuestros errores. Y sobre todo, no olvidemos, pues, que el horizonte cristiano no está en elegir entre el bien y el mal, sino elegir entre lo bueno y lo mejor.

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