Muchas empresas aprovechan el tiempo de Navidad para hacer spots publicitarios que toquen la fibra sensible. Quizás sólo busquen aumentar sus ventas, pero lo cierto es que hay anuncios que te hacen reflexionar. Uno de ellos es el de una conocida marca de embutidos en el que se hace referencia al uso de la inteligencia artificial.
En unos estudios a los que dediqué un tiempo de mi vida, tuve la suerte de contar con un tutor, doctor en Informática y especialista en Física Cuántica, que una vez me dijo una cosa que se me quedó grabada para siempre: «La ciencia busca siempre encontrar lo bueno, bello y verdadero».
Volviendo al spot, de nuevo he pensado en la frase de mi tutor. Alabo los avances de la ciencia (¿dónde estaríamos sin ellos?), pero sí creo que no debemos perder de vista eso de procurar lo bueno, bello y verdadero para la persona.
No estoy en contra del uso de las nuevas tecnologías ni de la inteligencia artificial, pero tengo mucho miedo a que ciertas cosas que el susodicho spot menciona puedan llegar a ser relevadas o diluidas por estos logros tecnológicos: los artistas, el sentido del humor, la falta de perfección que nos acompaña, la capacidad para superarnos, el hecho de que envejezcamos, la diversidad que nos hace tan únicos y, a la vez, tan vivos.
De verdad, que vivan la ciencia y sus progresos. Lo digo con el corazón en la mano. Pero, por favor, que no olvidemos la humanidad. Sonará a tópico lo que voy a escribir, pero deseo profundamente que, con el paso de los años (y en breve vamos a estrenar uno nuevo), todos esos avances sirvan para ser mejores. No más poderosos ni más dominadores, sino más humildes, más generosos, más solidarios, más fraternos. Porque sí, esa es la verdadera misión de la ciencia. Y no lo digo yo, lo dicen grandes científicos, Premios Nobel incluso. Descubrir los misterios de este mundo debe llevarnos al asombro, a la gratitud y al deseo de compartir la bondad, la belleza y la verdad de lo que nos rodea.
Así que aplaudo dicho spot que nos lo recuerda. Puede que no seamos tan perfectos como esa inteligencia artificial que andamos «pariendo», no. Somos humanos, con nuestras cosillas «chungas», pero tremendamente amados por Dios.