«No está el mundo para bromas». Lo dice uno de los personajes del anuncio estrella de la Navidad, estrenado este jueves: el de Campofrío, que cada año aspira a dar la campanada antes del 31 de diciembre.

La tesis del anuncio es muy sencilla: en un mundo dominado por la colapsidumbre, un neologismo publicitario para designar la mezcla de incertidumbre y colapso, distintos personajes se pasan por la testamentaría a dejar por escrito su última voluntad. Despliega con inteligencia un surtido aparentemente inagotable de productos cárnicos como único legado material que llegamos a ver porque prefiere indagar en la herencia espiritual. El humor con que se adoban las escenas permite a los creativos publicitarios sortear la indudable gravedad que tienen todas las cosas del espíritu.

Pero estas surgen. O deberían de surgir. ¿Qué le vamos a dejar a la siguiente generación? Todo destila pesimismo –el cataclismo climático, el terror atómico, el hundimiento económico– hasta que una niña abre la puerta a la esperanza: «¿Sois conscientes del marrón que nos dejáis? Vosotros, que nos ponéis a nadar con seis meses… ¿Para qué? ¿para luego no tirarnos a la piscina?». Es el punto de inflexión para que el protagonista encuentre la actitud para hacer frente a la incertidumbre presente: coraje. El coraje es una palabra suficientemente ‘blanca’ para asociarla con cuanto se quiera: vale para traer niños al mundo, para levantar cada día la persiana de un negocio, para afrontar las adversidades… y hasta para soportar el sufrimiento humano y la muerte en última instancia, si el espectador quiere meterse en honduras del alma, por supuesto muy lejos del propósito del anunciante.

No importa, ya lo hace humildemente quien esto firma. Así que ¿cuál debería de ser la actitud del cristiano para combatir la incertidumbre de estos tiempos convulsos? El anuncio propone coraje como sinónimo de autoafirmación, determinación de la voluntad. Pero a mí me ha llevado a recordar un librito espiritual de gran éxito durante la mitad del siglo XX. Es una atrevida invitación a confiar no en las propias fuerzas sino en Cristo como único salvador: «Debemos aceptar ser arrastrados en un movimiento donde estamos seguros de ser desbordados, de no poder hacer pie. […] A veces los mismos cristianos se niegan a dejarse llevar más allá de todo. Quieren correr, pero no quieren volar… Pues bien, hay que cerrar los ojos, volar, partir a la ventura, ‘perder la propia alma’, abandonar todo para seguir a Jesucristo».

El libro se llama El coraje de tener miedo, del dominico Marie Dominique Molinié. Se trata de una furibunda impugnación del mensaje publicitario porque descentra la voluntad: no en conseguir seguridades del mundo combatiendo las incertidumbre, sino en aspirar a la santidad del cielo dejándose arrastrar por Dios en pos de la Verdad sin tener más certeza.

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