Primero fue la lotería. Luego una conocida marca de embutidos. Algunas campañas publicitarias navideñas basadas en buenos sentimientos han conseguido dar en la tecla de los valores que andamos necesitando. Valores humanos. Amabilidad. Dejarse, por un rato, de odios, tribalismos y ataques, para reconocer lo que nos une: la amistad, la confianza, el deseo de estar en paz unos con otros, la pertenencia a una comunidad. Es tanta la necesidad que tenemos de esos mensajes, en esta sociedad crispada, que ya casi se esperan con ansia estos mensaje publicitarios pre-navideños.

No me sorprende que estos anuncios se hagan virales. Después de todo, estamos en un mundo que funciona así, a base de estallidos de emoción. Y mejor que sea por motivos como estos que esa otra viralidad que nace de la tragedia, el morbo o el odio. Lo que sí me sorprende es ver cómo también muchos creyentes vibramos tanto cuando nos tocan esta tecla. Y ¿por qué digo que me sorprende? ¿Acaso no somos humanos? ¿Acaso no compartimos los mismos anhelos, valores, esperanzas? ¿Tal vez se me cuela un cierto elitismo esnob en el comentario, o una mirada despectiva a las búsquedas tan humanas de sentido y encuentro? Espero que no sea eso. Lo que quiero decir es que la buena noticia que contienen todos estos anuncios –que lo es– palidece en comparación con la buena noticia que anticipamos en Adviento y que celebraremos en la Navidad. Un Dios que no abandona. Un amor universal, eterno, que a cada uno alza de sus simas. Una fraternidad enraizada en la entraña de la historia. Una esperanza que vencerá a la muerte.

Y, acto seguido, viene una pregunta. ¿Cómo es que no conseguimos expresarnos o comunicar esa buena noticia con tanta intensidad, con tanta claridad, con tanta inmediatez o contundencia? Tal vez es que se nos ha dormido dentro el evangelio, lo tenemos un poco domesticado, y no termina de desatar los nudos de dentro… Sea lo que sea, cuando me doy cuenta de la necesidad desesperada de nuestra sociedad por buenas noticias y un mensaje de paz, lo que pienso es que es tiempo de profetas de la esperanza y la concordia, de la justicia y la humanidad. Tiempo de compartir, como por vez primera, una buena noticia que tanto necesitamos todos. El amor, incondicional. La belleza, posible. El encuentro, real. La justicia, inmortal. Dios, con nosotros.

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