La noche de fin de año tiene algo que la hace especial. Es la constatación del paso del tiempo. Las campanadas, ya sea en la intimidad del hogar o en plazas abarrotadas por todo el ancho mundo, suelen venir acompañadas de bullicio, buenos deseos, abrazos, llamadas telefónicas, música… Rituales colectivos, como puede ser en España comer doce uvas, que nos sirven -o nos servían- para despedir al año que se va y abrazar el que viene. Aunque ahora llevemos dos años en los que nos ha sobrevenido la distancia, la prudencia, cierto aislamiento y la desaparición de las muchedumbres. Con todo, lo que permanece, con pandemia o sin ella, es la expresión de los buenos deseos. ¿Cuáles? que sigamos bien, que el futuro acompañe, cumplir los propósitos de año nuevo. Todo eso converge en un momento que tiene algo de nuevo comienzo.
Pues aquí va mi brindis para esta Nochevieja.
Por el paso del tiempo en nuestras vidas, que se convierta más en escuela que en amenaza, y nos haga más sabios, más sensatos, más humanos.
Por la gente con la que compartimos la vida, los que estuvieron algún día, aunque ahora no estén o estén lejos; los que están hoy, que sepamos cuidar unos de otros; y los que aún no hemos conocido, pero que algún día entrarán en nuestras vidas. Quizás hoy, en algún lugar del mundo, hay alguien que en el futuro se va a convertir en importante para ti, una amistad que aún no ha empezado, una historia de amor que ahora es solo promesa. Y, sin saberlo, vuestros pasos ya se van acercando. Brindemos también por ello.
Por las palabras. Por su valor. Que cuando digamos «te quiero» no sea solo una forma de hablar. Si proclamamos el evangelio, que sea vida. Si hablamos de los pobres, los rotos, o los frágiles, que no sea como un eslogan lejano, sino con el corazón lleno de rostros y nombres.
Un brindis también ante el espejo. Mirándote a ti mismo, como viejo amigo, camarada, inevitable compañero de viaje. Ese yo que a veces te agota y a veces te gusta. Ese yo de manías conocidas, de miedos inexpresados, de anhelos profundos. A ese yo que es cada uno de nosotros, quiérele bien.
Y por el mismo Dios, Misterio y Promesa. El Dios que es a veces pregunta y a veces respuesta. Que a ratos es horizonte, y a ratos presencia. Que hoy te seduce y mañana te provoca. A ese Dios, señor del tiempo y de la historia, también este brindis va por vos. Tennos paciencia.