Querido Dios:  Mismos días, mismas horas, de nuestros innegociables «puentes» de año. Digo «puentes» porque eso son para mí: transiciones agradecidas, reconciliadas y esperanzadas entre el cierre de un año y la apertura del otro. Mismos días y mismas horas, pero distintos lugares: así viene la vida del peregrino, y no lo digo con amargura –tal vez algún dejo sí, pero no mayormente– es que sigo aprendiendo que la historia que regalas es siempre historia de salvación, con sus desprendimientos y novedades. Por eso vale recuperar lo recorrido y esperar lo que se ofrecerá delante.

Nuestro dos mil diecinueve me agarra cansado; ¡no me pidas que sea exhaustivo en el balance! Pero justamente por haber sido un año épico e incendiado, agotadoramente sembrado, partido y repartido, los frutos siguen frescos, abundantes en sobremanera.

No es que siempre haya sido así. Vos conocés bien esos años de invierno y sequía… y hoy vuelvo a entender que aquellas podas e intemperies preparan estas cosechas con superávit.

Mirando desde nuestro pasado primero de enero, donde dejamos el último puente del año, recorro mi agenda, mi Instagram, mi cuaderno; cierro los ojos y levanto aquellas vivencias que todavía laten, aquellas palabras, miradas, actividades, nombres, ambientes –únicos o asiduos–. Los recupero, busco agradecidamente qué me dejaron, y te los voy presentando a modo de ofrenda, para alabarte.

Con Vos me animo a entrar con paz en todo lo vivido. No me desilusiono al encontrar fracasos. No todo funcionó. Algunas partidas todavía se extrañan. Algunas veces no reaccioné de la mejor manera. Algunos encuentros no fueron como yo esperaba o necesitaba o hubiera querido. Algunas ideas y proyectos no funcionaron del todo o no terminaron de cerrar. Pero también tu venida al mundo tuvo idas y vueltas: ayer con Zacarías -que quedó mudo por dudar, hoy con san José –que casi abandona a María en secreto–, mañana con Herodes persiguiéndolos…

En medio de la historia, real en sus luces y tinieblas, lo que despierta esperanza es encontrar que por esas idas y vueltas se abre tu salvación.

Si con Vos cosecho los frutos, tampoco tengo que tener miedo de cosechar los ‘fracasos‘, o los ‘deshechos’ del año. Quiero levantarlos, quiero rastrillarlos también; revisarlos con ternura y así que no amarguen la nueva siembra.

Ya ha empezado y va tomando velocidad, nuestro dos mil veinte delante. Y que el brindis sea casi litúrgico, creyendo que con él venís Vos, y tanta vida a celebrar, o a cuidar, o a socorrer.

Ya estamos cruzando el puente, y el tiempo nuevo promete, y te prometo también yo a Vos en este tiempo nuevo…

  • seguirte mostrando, seguirte diciendo, nombrarte aún más Jesús. Que si hoy soy el que soy, si celebro este puente de año, de vida, es porque un día alguien -tantos, infinita deuda- te nombró en mi vida.
  • habitar el silencio, y que el silencio me habite. Porque ahí, en esa hondura, me gestás hombre nuevo para un mundo nuevo.
  • creer en el cuerpo, material y social. Escuchar la salud, aprender de ritmos más naturales, aminorar las corridas que esconden una misteriosa ansiedad agazapada en sus rincones. No se trata de entregarse menos, sino de partirse sin el reproche ni el mandato de una inquietud compulsiva. Y seguir ensayando la misión participada, compartida, al son de tu Espíritu que acompasa los instrumentos más dispares.

Allá fue, Señor de la historia, aquel dos mil diecinueve de fuego; sea calidez acopiada cuando vuelva el invierno. Acá se ha venido, Señor de la eternidad, este dos mil veinte que arranca; traerá más milagros, gracia, encuentros, conversiones… algunos errores y faltas a enmendar, probablemente, pero sobre todo risas y lágrimas recogidas, en tu Nombre.

Así espero encontrarte el próximo puente de año, sin reproche de haberme guardado o acobardado. Seguimos cerca. Hasta pronto.

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