Es una imagen bonita, la de una mujer con un bebé en brazos montados sobre un burro y un hombre acompañándolos. De fondo ponemos un paisaje de arena y unas cuantas palmeras. Sin embargo, si me paro un poco y caigo en que se trata de una familia huyendo, pierde lo idílico.
Sí, no te descubro nada nuevo. Me refiero a la Sagrada Familia huyendo a Egipto, tratando de salvar a su hijo de la muerte por la locura de un hombre. Pero no hablo solo de ellos.
Y de nuevo pensarás que ya lo sabes. Que probablemente conoces personas o incluso familias al completo, que han llegado a tu ciudad (su «Egipto»), saliendo de situaciones que amenazaban su futuro, su vida.
Pero hoy te escribo desde el «otro lado». Desde donde están esas muchas personas que todavía viven la barbarie. De un modo u otro, hay tierras, muchas tierras en nuestro mundo en que «Herodes» se lleva por delante todo conato de vida. Y por Herodes entendemos la sequía, el hambre, la violencia, la represión,… y tantos etcéteras que sólo conocen quienes lo viven.
«Aquí no hay que hacer», vidas que tienen límites, que no aspiran a más que a conseguir llevarse hoy algo a la boca. Padres y madres que sufren la incertidumbre de un futuro para sus hijos. Jóvenes que no se pueden permitir soñar. Días que pasan sin más. La muerte llamando a la puerta.
Y entiendes que apuesten todo lo que tienen y se monten en cualquier cosa que flote, o crucen agresivas fronteras; sin ninguna garantía de éxito, para salir huyendo de esta (y aquella y aquella otra) tierra que no les promete nada. Aunque sepan que algunos, muchos, han fracasado en el intento. Y que, si quizás lo consiguen, puede que les deporten en el próximo viaje.
La Navidad nos recuerda la Promesa de un Dios que elige ser con-nosotros, y que atraviesa toda nuestra realidad. Toda.
Yo miro las figuras de Belén, y no me quedo indiferente. ¿Y tú?