Ser Papa durante 33 días no da para mucho. Los documentos del pontificado del recién beatificado Juan Pablo I apenas ocupan unos pocos folios. Ninguna decisión de calado, ninguna canonización, ningún nombramiento, ningún viaje apostólico. Apenas unos cuantos discursos y audiencias casi protocolarias. Su recuerdo sigue vivo en la Iglesia por lo breve de su pontificado –desde el siglo XVII no lo hubo más corto– y en el imaginario popular su imagen resuena en la sospecha de su muerte repentina y en algunas teorías conspirativas que siguen siendo ampliamente aceptadas.

Y, sin embargo, ha sido beatificado, reconocido como modelo para toda la Iglesia e intercesor en nuestro camino hacia Dios. Su larga vida sacerdotal y su extenso ministerio episcopal antes de ser elegido Papa, nos dan más pistas sobre los motivos que lo han llevado hasta los altares. Su ejemplo de pastor, de preocupación por extender el Reino humildemente, nos ofrecen algunas claves de qué modelo de santidad se nos está proponiendo por medio de Juan Pablo I.

Esta es otra de las enseñanzas que recibimos de este nuevo beato, y quizás una que se nos está pasando por alto. No se trata de haber hecho grandes cosas, de haber alcanzado grandes gestas. No hay que esperar a haber alcanzado el culmen de la propia vida –y ser nombrado Papa no deja de serlo, aunque cualquier cristiano sensato no tenga deseos de ser elegido– para poder ofrecer al mundo lo mejor de uno mismo.

Si juzgamos la llegada a los altares de Juan Pablo I simplemente por sus 33 días de pontificado, nos costará entenderlo. Pero no tenemos que juzgar y alabar una vida por sus momentos de mayor esplendor o responsabilidad. No solamente. La beatificación de Juan Pablo I pone nuestra mirada en que la santidad, la vida cristiana vivida a fondo no es un ascenso continuo. Nos la jugamos más en el sendero cotidiano, en el esfuerzo asiduo del día a día. Decisión a decisión, encrucijada a encrucijada.

A veces tendemos a mirar la vida de los demás desde sus momentos de esplendor, desde las cumbres alcanzadas. Ojalá la beatificación de Juan Pablo I nos ayude a entender que una vida es más que los destellos de gloria y que la vida del cristiano en particular no depende de los logros o los méritos, sino de la fidelidad. Del haber completado un camino de seguimiento en sus altos y sus bajos, sin perder el rumbo.

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