Esto del Black Friday, que va cobrando entidad por estas latitudes, invita a reflexionar sobre el consumo desaforado. «¡Es barato! ¡Hay que aprovechar!» Un imperativo parece instalarse hoy en el ambiente. ¡Compra!
El año pasado se cayeron, a las 00:00 h las principales tiendas online por la saturación. Y uno imagina a decenas de miles de compradores ansiosos queriendo navegar por innumerables páginas de ofertas. Y a otros muchos, presentes físicamente en las tiendas, esperando la apertura nocturna. Comprando barato y sintiendo que han conseguido un chollo o una ganga. Supongo que, si se trata de algo que una persona tendría que comprar sí o sí, en ese caso claro que lo mejor es poder conseguirlo a buen precio. Pero sospecho que la dinámica que se genera, en muchas ocasiones, no es tanto la de reservar las compras necesarias para esa jornada; sino más bien la de que «ese día hay que comprar». Un estímulo más. Un día más. Un gol más en la portería del consumidor.
Sé que vivimos en una sociedad y una economía que funciona gracias a la producción y el consumo. Pero eso no es un eximente ni una justificación para cualquier forma de consumo. Hoy no estaría de más explorar la vuelta a una austeridad vital que sea, también, una forma de libertad y de justicia. Se impone una mirada cuerda a las posibilidades de nuestro mundo. Lo más barato no es comprar barato, sino no comprar lo que no necesitas.
Y, por otra parte, este consumo barato, este más por menos, no debería valer para muchas dimensiones de la vida. De hecho, para las más importantes ¿Máximo resultado con la mínima implicación? ¿Bueno y barato? Eso no vale. En las dimensiones esenciales de la vida el criterio debería ser encontrar algo (Alguien) tan valioso como para entregarlo todo. Y para eso no hay Black Friday que valga…