Hace varios días, el papa Francisco se reunió con Yolanda Díaz, la actual líder de Unidas Podemos y vicepresidenta segunda del Gobierno de España. Un encuentro que según la ministra fue cordial y emocionante, pero que a pesar de todo ha despertado la ira de algún partido político y ha encendido aún más a los detractores del papa Francisco. Unas críticas enlatadas que no extrañan a nadie, porque para mucha gente la divergencia se convierte en batalla personal y cualquier acto se convierte en motivo de descalificación, esta vez citando pasajes de la Biblia de aquella manera como si de una secta evangélica se tratara. Y por supuesto olvidando que se trata de una visita oficial, donde la ideología de la persona pesa mucho menos que la responsabilidad que uno ocupa, para bien o para mal.
Uno de los ataques más recurrentes es el de acusar al papa –en calidad de ciudadano Bergoglio– de «comunista», lo que demuestra una triple ignorancia: la de no conocer al papa Francisco, la de no entender qué es el Evangelio y la de no saber qué es el comunismo. Al fin y al cabo la mezcla de conceptos siempre es síntoma de pobreza intelectual. Y es que el papa y la Iglesia ya han comentado y denunciado los peligros de los totalitarismos de ambos signos y son conscientes de las heridas y del daño que ha ocasionado el comunismo y el ateísmo a lo largo de la Historia. El diálogo cordial entre cristianos y comunistas no supone ni una derrota ni mucho menos una claudicación, al menos para los cristianos. No significa que la Iglesia soslaye el dolor ocasionado por el comunismo, ni en el pasado ni en el presente, y ya sea propiciado a cristianos como a no cristianos. Más bien sirve de puente y de comunión entre grupos y personas para encontrar puntos de diálogo y entendimiento y poder mirar así al futuro con paz, esperanza y respeto, porque eso sí es lo propio de nuestra religión.
Con esto no quiero decir que el comunismo sea un peligro para el pensamiento, para la libertad, para la vida de mucha gente y, sobre todo, para la Iglesia Católica. Los hechos y los errores pasados están ahí. No obstante, también debemos reconocer que una de las mejores maneras de hacer daño a la Iglesia es atacar desde dentro: erosionando la figura del papa –que es de todos, no solo de una parte–, desacreditando a su persona al criticar todo lo que hace y dice y mermando así una institución entretejida a base de fe, de comunión y de confianza como es la Iglesia Católica.
Ojalá que muchos que citan la Biblia tan a la ligera tuvieran el valor de repasar la Doctrina Social de la Iglesia –animada, enriquecida y reforzada por Benedicto XVI y por san Juan Pablo II, por enumerar algunos papas–, de rezar con los pasajes en los que Jesús se encuentra con extranjeros, romanos o saduceos o sencillamente de repasar la Historia y ver qué ocurre cuando la Iglesia no es capaz de pensar por sí misma al margen de ideologías y de partidos de cualquier signo.