Me voy a meter en un jardín. Pero no puedo evitarlo. Acabo de escuchar la versión de Rigoberta-Amaya de aquella canción de los payasos sobre la niña que no podía jugar porque tenía que planchar. Por si no la habéis oído, os pongo un poco en antecedentes. Ahora ya la niña no va a planchar, ni a tender, ni a lavar, porque tiene que bailar. Me he quedado perplejo. Por supuesto que comparto la crítica a aquel himno infantil que tantos cantamos y escenificamos en gestos cuando éramos unos críos. Aquella canción, en su asignación de roles, era sexista, machista y tristemente reflejaba cómo estaban las cosas en una sociedad donde se suponía que las niñas, por el mero hecho de ser mujeres, tenían que planchar, lavar, tender, coser y todo lo que se asociara al hogar.
Pero, ¿de verdad es «bailar» la alternativa? Ahora la niña ni cose, ni tiende, ni lava, porque tiene que bailar. Coreografías al poder.
La verdad es que sigue habiendo que coser, tender y planchar. Sigue habiendo que dar biberones, ayudar a los niños en los deberes, y tener limpia la casa. Ojalá sean tareas repartidas en el hogar, y repartidas entre ellos y ellas. Pero, ¿es que la mujer emancipada es la que se dedica a menear el esqueleto? La niña que solo tiene que bailar me ha hecho pensar en la Maria Antonieta de Versalles (tengo fresca la lectura de Zweig) que durante veinte años se dedicó al ocio jubiloso y despreocupado hasta que la revolución acabó con la fiesta a base de guillotina.
Bailemos, y que otros piensen, construyan, produzcan, decidan… ¿Es eso?
Quizás un verdadero himno por la igualdad debería decir que la niña que juega a ser mayor así opera, así programa, así diseña, así investiga, así gobierna, así encuentra vacunas para el Covid, así escribe, así dirige empresas, así ve reconocido su lugar en la Iglesia, o así elige lo que quiere hacer, incluida la posibilidad de dedicar su tiempo al hogar si esa fuera su opción. No por imposición, no por asignación de roles, y no por que «esto es lo que hay». Porque es su decisión.
Entendedme, yo soy muy amigo del baile, como metáfora en la vida. Pero, honestamente, en este caso hubiera preferido algo más de contundencia y algo menos de esta dilentante sensación de banalidad.