He tenido varios días para oír, leer, reflexionar y contrastar opiniones acerca de la nueva propuesta del Ministerio de Igualdad de conceder una baja laboral a mujeres con altos dolores menstruales. Es una ley que vela por la salud menstrual y que, entre otros temas, busca combatir la «pobreza menstrual».
No puedo negar que hay situaciones y lugares en los que todavía queda mucho para la visibilización de la mujer y sus derechos, como tampoco puedo pasar por alto la dificultad que aún sigue habiendo para la conciliación familiar y otros temas que afectan a la igualdad entre mujeres y hombres.
Lo que sí me cuesta ver es esa atención a lo que considero «asuntos demasiado concretos», y cómo el tratamiento de estos consigue separarnos más que unirnos, comprendernos y apoyarnos. Es importante lanzar ciertos mensajes y denunciar las injusticias, pero en cuestiones como estas creo que, al final, solo conseguimos una especie de blindaje que tiene que ver más con el aislamiento que con la protección. Yo muchas veces lo vivo como un nuevo tipo de corpiño o faja que aprieta y asfixia. O como unas concertinas que me colocan para mantenerme lejos de los demás, como lo hacen las que están en algunas vallas fronterizas.
Soy feminista. Lo soy porque soy mujer (aunque esta no sea causa imprescindible), pero sobre todo lo soy porque creo en que todos merecemos que se nos trate con dignidad y en igualdad de derechos y deberes. Sin embargo, con determinadas cuestiones como esta nueva ley de la que he empezado hablando, permítanme que tenga mis reticencias. La razón es porque miro atrás, en la Historia, y aquellas mujeres que lucharon por sus derechos y los de todas son mujeres lo hicieron más con su trabajo, su talento, su tenacidad y su «paso al frente» (a veces en silencio) que con discursos facilones que no sé con certeza si llevan a algún sitio. Mujeres de la talla de Hellen Keller, Hypatia, Teresa de Ávila, Katherine Johnson, Margarita Salas, Hedy Lamarr, Jane Goodall, Hildegarda de Bingen, Eleanor Roosevelt, Malala Yousafzai, nuestras madres, abuelas, bisabuelas (¿por qué no estas también? ¿acaso no libraron ellas su propia lucha en hogares, algunos muy pobres?) que han abierto la puerta a muchas otras que hemos venido detrás. Mujeres que han demostrado que una buena idea puede ser más poderosa que todas las barreras del mundo. Una buena idea, un corazón valiente y el deseo profundo de hacer de este mundo un lugar mejor, aunque ni siquiera supieran que lo estaban haciendo.
Tantas leyes, tantas normas… no sé si de verdad todas buscan verdaderamente la defensa de los derechos, o el control y poder sobre las personas. A veces pienso que en esta cuestión nos está pasando como con los jóvenes hoy en día: que de tanto que los queremos proteger, los estamos convirtiendo en seres endebles e incapaces.
Tantas reglas nos han sensibilizado en extremo y ahora duele todo, hasta lo que no debería doler o no sabíamos que dolía. Quizás de estas reglas (de cuáles son necesarias y cómo aplicarlas) son de las que deberíamos hablar, y no de otras que vienen una vez al mes.