Les voy a hacer una confesión: cuando era pequeña pensaba que, cuando me muriera y fuera al cielo (muy convencida de ello estaba yo), allí podría ver en persona a toda la gente famosa que en vida nunca iba a conocer. ¡Podría hablar con ellos! Me fascinaba la idea y vivía con ilusión convencidísima de que, tras mi muerte, mi existencia continuaría como si viviera en un Hollywood eterno.
Mi idea del cielo, afortunadamente, ha evolucionado. Pensar en la vida de un mundo futuro me hace centrarme en esta para llevarla de tal manera que me haga digna de ella. Creer en la resurrección, en la reunión con un Dios que es todo amor, me da fuerzas para vivir tal y como Él espera de mí, superando las dificultades que vienen de la opción por seguir a Jesús. Pero, sobre todo, vivo la vida con esperanza y sentido, pensando que la muerte no es el fin, sino que la vida continúa, no sé de qué forma y manera, pero seguro que arropados por el amor inimaginable e infinito de Dios.
Les confieso que no siempre me parece creer ese mundo futuro y que siento una tristeza y un miedo profundo a la muerte. A veces temo que ese tránsito que esperamos haya sido solo un cuento engañoso cuya finalidad sea «meter miedo. Un cuento que es solo un consuelo, una excusa para que «seamos buenos» y no nos desanimemos. Sin embargo, a pesar de todos estos pensamientos, no termina de apagarse del todo en mí la llama de la fe en la vida de un mundo futuro.
Es por ello por lo que muchas veces me pregunto (siempre desde el respeto y del deseo profundo de entender): ¿cómo hará la gente que no cree en esa «vida de un mundo futuro», convencidos de que la muerte es el final definitivo? ¿Cómo le encontrarán sentido a esta existencia finita? ¿A qué se agarrarán? Estas preguntas siempre han sido para mí una incógnita, sobre todo en estos días de guerra.
Siempre que veo en la tele estas decisiones que solo responden a una crueldad inexcusable y a un ansia desmedida de poder (cuesten las vidas que cuesten), me pregunto: ¿qué creen que ocurrirá cuando nuestro paso por la tierra acabe? ¿No temen, de alguna manera, a esa eternidad lejos amor de Dios? Ahora mismo que escribo estas letras, yo misma me digo que quién soy yo para descifrar la voluntad de Dios para con ellos. Pero, sí, no lo niego, me hago estas preguntas.
Quizás actúen así porque, precisamente, no creen en la vida después de la muerte y ven ésta como la única oportunidad para salirse con la suya. Aun así, me pregunto: ¿y son felices con las decisiones que toman? Si esta vida es la única para ellos, ¿por qué no se empeñan en buscar la felicidad verdadera? Es por ello que, lo mire por donde lo mire, esta guerra (como tantas otras que hay en el mundo y de la que ni sabemos nada ni queremos saber) no la entiendo. Ni esta guerra ni ningún otro acto que conduzca al sufrimiento del otro.
Así que, exista o no exista la vida eterna, exista o no exista Dios, el mal sigue sin tener sentido para nadie. No sirve para nada. No ayuda a crecer, no activa en nosotros el impulso de amar, que creo que es lo único que llena. Bueno, lo único que llena…A, pesar de todas mis preguntas sin respuesta y de todas mis dudas, yo sigo pensando que lo único que llena es Dios y su amor. A partir de ahí todo cobra sentido. Hasta ahora, eso me basta.