Son muchos los que creen que, para los cofrades, la Semana Santa concluye con el entierro de Cristo o con la procesión de la Soledad. Frases como «los cofrades resucitan en Cuaresma y mueren en Pascua» o «el Domingo de Resurrección es un día de luto» pueden corroborar esta teoría. Sin embargo, creo que abundan los cofrades que, como buenos cristianos que son, saben que solo la resurrección puede dar sentido a todo lo que celebramos durante los días de la Semana Santa. Así, aunque con cierta nostalgia porque las procesiones se acaban, procuran vivir la procesión del Resucitado o la Procesión del Encuentro con alegría y profundidad.

Con todo, es cierto que el arte cristiano en general, y la escultura procesional en particular, han sido mucho más abundantes y creativos al representar la Pasión de Cristo que al hacer lo propio con la Resurrección. En la mayoría de los pueblos y ciudades españolas existe únicamente un paso procesional que representa a Cristo Resucitado, frente a la abundancia de aquellos que plasman su sufrimiento y su muerte. Sin embargo, existen excepciones, puesto que por ejemplo en la ciudad de Murcia, la procesión del Domingo de Pascua está integrada por once pasos basados en los pasajes del Evangelio que hablan de la Resurrección.
Es por ello que, quiero cerrar esta serie dedicada a los pasos procesionales con el grupo escultórico murciano de Los discípulos de Emaús, tallado por Antonio Labaña Serrano en 1983. En él, Jesús Resucitado aparece sentado a la mesa, realizando el gesto de la fracción y bendición del pan. Los dos discípulos se ubican uno a su derecha y el otro a su izquierda. Cada uno de ellos ejemplifica una actitud diferente ante la resurrección. Uno de ellos, con rostro sorprendido, extiende sus brazos de modo enérgico y casi violento, como queriendo expresar que aquello que está viendo (o sintiendo) no puede ser posible. El otro, se lleva una mano al pecho a la vez que baja la otra y, con su rostro devoto y a la vez dubitativo, parece entender por qué su corazón ardía mientras aquel peregrino les explicaba las escrituras por el camino.

En el fondo, las actitudes de estos dos discípulos no representan a dos personas diferentes, sino que están retratando lo que todos sentimos en nuestro corazón ante la realidad de la Resurrección de Jesús. En nuestro interior se mezclan el escepticismo, la duda, el miedo, la fe, la devoción, la confianza y la esperanza, ante el misterio de aquel que ha vencido a la muerte y nos espera en el partir el pan de la Eucaristía. Esto es la fe, creer y esperar, caminando entre el miedo y la oscuridad con la confianza de que hay alguien que nos espera, que nos sostiene y que de vez en cuando se identifica en alguno de nuestros compañeros de camino.

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